Hacia la autodestrucción

Estamos en la recta final de una Europa que se ha condenado a sí misma a la muerte.

31 DE MARZO DE 2021 · 12:59

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Europa, como todos los países que tradicionalmente se han denominado “occidentales”, está sumida en un proceso de autodestrucción.

El que lo analizó de una forma brillante fue el matemático ruso Igor Shafarevich. El formaba parte de los disidentes soviéticos, como Solzhenitsyn y Sájarov. En el año 1975 publicó un libro donde describió la tendencia inherente hacia la autodestrucción en el socialismo y en el marxismo.1 En mi opinión es uno de los mejores análisis de nuestro tiempo.

Shafarevich llegó a la conclusión de que el socialismo y el marxismo del siglo XX no eran una novedad sino que, a lo largo de la historia de la humanidad, siempre habían existido bajo diferentes nombres y siempre habían acabado llevando a las sociedades y a los entornos donde habían triunfado a la ruina. Viviendo los últimos años de la Unión Soviética desde dentro, Shafarevich sabía de qué hablaba.

Lo curioso es que nuestra Europa actual cumple exactamente los parámetros de autodestrucción que Shafarevich describe en su obra. Veamos brevemente algunos.

Una de las corrientes de pensamiento que ha sembrado lo que estamos cosechando en nuestros días es la Escuela de Frankfurt. Se trata de una escuela de pensamiento que tiene su origen en las ideas del marxismo cultural y que salió de la universidad de Frankfurt en Alemania en los años 50 y 60 del siglo pasado.

La Escuela de Frankfurt inspiró las revueltas estudiantiles del 68 en Europa. Sus máximo exponentes fueron los catedráticos Habermas, Marcuse y Adorno. Tiene sus raíces en la pauta que marcaba Friedrich Nietzsche cuando hablaba de la “inversión de los valores” en su tratado La genealogía de la moral.2 “Nada es cierto, todo está permitido”3 es como un lema del siglo XXI con sus fake news y su realidad virtual. Este hombre inspiró más que nadie a la Escuela de Frankfurt, que a su vez define la Europa actual.

De allí sacaron Rudi Dutschke y Daniel Cohn-Bendit, los líderes de las protestas del 68, sus ideas. Como al final vieron que no pudieron ganarse a los trabajadores para movilizarlos junto con los estudiantes, la revuelta se tranquilizó y en su lugar se proclamó la marcha a través de las instituciones. Es decir: no habría una revolución callejera porque los trabajadores no estaban por la labor. Pero, usando las instituciones existentes, poco a poco se revolucionaría la sociedad europea en el sentido socialista-marxista. Y este proceso, después de medio siglo, entra ahora en su fase final. El camino es, según lo establecido por Nietzsche, la erosión de los valores. Es la base de todo lo que sigue.

Había que erosionar los fundamentos de una sociedad que aún se basaba, recién resurgida de la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, en valores profundamente judeocristianos. Pero ahora, poco a poco, se iban a cambiar la economía capitalista, la familia y el matrimonio, porque estas instituciones, por definición, miraban al futuro.

La herramienta escogida para conseguirlo sería el hedonismo: vivir a coste de los demás y gastar el dinero de los demás, todo bajo el lema “que se ocupe el Estado”. Había que cambiar la idea de la propiedad en beneficio de una expropiación generalizada. La individualidad del ser humano, elemento fundamental de lo que es el concepto de libertad, queda supeditada a una dictadura de lo políticamente correcto. La fe cristiana solo se acepta en la medida en que se haga eco de este cambio de valores. De lo contrario solo estorba y debe desaparecer de la vida pública.

Hasta el arte, la cultura y la música deben expresar esta erosión de valores: el ruido es música, la arritmia musical es armonía, lo vomitivo es arte y lo incomprensible es cultura. El arte, la cultura y la música deberían llevarnos, de forma natural, a la correspondencia entre Creador y creación; por tanto, deben ser destruidos. Como no se puede matar a Dios, se intenta matar por lo menos el sentido de la estética que ha puesto en nosotros. Por tanto hay que destruir la analogía entre arte y creación. Y como la mayoría aún no lo entiende y, como consecuencia, no lo apoya y no lo paga, hay que subsidiarlo con dinero público.

Existe sobre todo una institución que se ha convertido en el blanco preferido para los autoproclamados profetas del progreso, que a la vez son los gerentes de nuestra destrucción: la familia. Quien tiene su fundamento en la familia no necesita al Estado. Pero el Estado necesita al individuo. Por eso la familia se ha convertido en el enemigo del Estado moderno. Y la generación del 68 -y son ellos y sus hijos los que hoy mandan- hace todo lo posible para destruir esta institución.

Otro pilar de nuestra sociedad que había que derribar era la propiedad. Porque la propiedad, protegida por cierto desde hace 3500 años por el séptimo mandamiento, hoy en día levanta sospechas. Se expresó a la perfección en un video del Foro Económico Mundial, donde Klaus Schwab y sus discípulos nos iluminan: “En el año 2030 no poseerás nada, pero serás feliz”.4 Sin la propiedad no existe la libertad. Por lo tanto, para destruir la libertad hay que eliminar la propiedad. La meta es producir un mundo de esclavos felices.

Para destruir nuestra sociedad en Europa también hay que acabar con la individualidad. Por tanto el Estado se mete en todo. Y para conseguirlo y adormecer a la gente se ayuda de la idiotización de la sociedad. En otras palabras, el ciudadano debe convertirse en un borrego gobernable. Y lo mejor para conseguirlo son los medios de comunicación y la erosión del sistema educativo.

Es precisamente la erosión de los valores la que crea la crisis. Pero estamos ante un peligro aún mucho más grande: esta erosión de valores significará el fin de nuestra civilización occidental, de nuestra Europa como la conocemos, si no damos la vuelta al timón.

Pero, de momento, hablemos de crisis como de los síntomas de una enfermedad terminal:

  • Tenemos una crisis monetaria inducida por un socialismo monetario, aunque lo lleven a cabo partidos que supuestamente son conservadores.

  • Tenemos una crisis política que es consecuencia de los errores de los que nos gobiernan y que se caracterizan por dos cosas: cada vez son más sinvergüenzas y menos inteligentes.

  • Tenemos una crisis que se ha apoderado de los ciudadanos que es consecuencia de un fallo en la educación. Fomentada por una mentalidad del “tengo derecho a”, se premia al más inepto y se castiga al más productivo y eficaz.

  • Tenemos una crisis de libertad de expresión consecuencia de una culpabilización colectiva. Los europeos somos culpables de todos los males que asolan este mundo: por nuestro colonialismo, por conducir coches diésel, por tener demasiados hijos, por comer carne, por discriminar a mujeres, homosexuales, transgénero, pequeños, morenos, discapacitados, judíos y musulmanes.5 No sigo. Toda nuestra sociedad hoy parece componerse de colectivos discriminados. Por lo tanto lo mejor es destruir nuestra propia cultura.

  • Finalmente, el socialismo-marxismo cultural ha entrado de lleno en nuestra sociedad, no como una minoría, sino como un movimiento que tiene en sus garras todo un continente.

Estamos al comienzo de una época donde será necesario defender y recuperar nuestras libertades. Esto no saldrá gratis. La mayoría no entiende lo que significa la pérdida de estos valores porque no se ha dado cuenta de que estamos en la recta final de una Europa que se ha condenado a sí misma a la muerte.

Europa sufre de un fenómeno que el periodista Friedrich Sieburg llamó “ganas de hundirse”.6 Él hablaba de la Alemania nazi, pero se pueden extrapolar sus conclusiones sin problemas a toda Europa: oscilamos entre los extremos de auto exaltación y el odio a uno mismo.

Y de momento nos toca lo segundo.

 

Notas

1 Igor Shafarevich: El fenómeno socialista, Sepha (2015)

2 Friedrich Nietzsche: La genealogía de la moral, Alianza editorial (2011)

3 op. cit. III,24

4 https://youtu.be/4zUjsEaKbkM

5 Véase también Douglas Murray: The Madness of Crowds, Bloomsbury (2017)

6 Friedrich Sieburg: Die Lust am Untergang, Eichborn (2010)

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