La relevancia de la verdad en un mundo de mentiras

No somos cristianos porque funcione o ayude principalmente, es decir, por puro pragmatismo, sino porque es la verdad.

06 DE JULIO DE 2021 · 18:40

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Imagen de Timothy Eberly en Unsplash.

Si eres cristiano, dime: ¿Por qué eres cristiano? O, si no lo eres: ¿Por qué deberías ser cristiano? ¿Cual sería tu contestación a estas preguntas? La respuesta es, sencillamente, porque el Cristianismo es verdad. Independientemente de lo bueno que encontremos en la vida cristiana, los cristianos lo somos porque el Cristianismo es la verdad. No somos cristianos porque funcione o ayude principalmente, es decir, por puro pragmatismo, sino porque es la verdad. Podría ser que nunca antes haya sido tan necesaria la verdad como en estos días de tantas patrañas y fake news. Y es que si algo ha traído la pandemia, y el uso exponencial de las innumerables redes sociales durante la misma, además de un amargo sufrimiento, ha sido constatar que el engaño está a la orden del día. Y es que vivimos en un mundo de mentiras y que se perdió por una mentira. Y, como vemos en la Historia, las mentiras nunca dejan de tener consecuencias. Hemos redescubierto, quizás de una manera desconcertante, como ya cantaba Bob Dylan en 1965 que: No hay verdades fuera de las puertas del Edén. Pero, si la verdad es la razón por la que somos, o debemos ser cristianos: ¿qué es la verdad?

El mal raramente se presenta en términos claros, sino con mentiras, engaños, subterfugios.

Una manera resumida y sencilla de definir la verdad es afirmar que la verdad es la realidad tal y como es. Las cosas como de hecho son. Por ello, hay verdad, pero también hay mentira. La mentira es una negación de la realidad, o una deformación de la misma. Es una representación falsa de lo que es. El ejemplo clásico del contraste entre verdad y mentira lo tenemos en las primeras páginas de la Biblia, en el libro del Génesis. Dios proporciona a Adán y Eva una visión de las cosas tal y como son en realidad. La serpiente, por el contrario, da una versión deformada de las cosas, tergiversa lo que Dios ha dicho, contradice lo que Dios ha afirmado. Como Creador de todo, Dios puede decirnos ¡cómo son las cosas realmente! La serpiente, criatura opuesta a Dios, se presenta a sí misma como más liberal que Dios, y con mejores deseos para la raza humana que Dios mismo. Es decir, el mal raramente se presenta en términos claros, sino con mentiras, engaños, subterfugios. Como diría el Señor Jesús posteriormente: “el diablo ... no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira”, Juan 8.44. En su justamente famosísima obra Cartas del Diablo a su Sobrino, C.S. Lewis advierte: “Se aconseja a los lectores que recuerden que el diablo es un mentiroso”. Como vemos que aconteció con Adán y Eva en el paraíso, entonces y como también sucede ahora, la mentira tiene efectos destructivos: el engaño nubla la mente, la seduce, y nos conduce a actuar en contra de la verdad. Todos estamos al tanto de los efectos perniciosos de las mentiras. Es solemne notar como Jesús caracteriza los tiempos entre su ascensión y su regreso en su segunda venida: el engaño, Mateo 24.1-28.

Entonces, si la verdad es tan importante y la falsedad tan fatídica: ¿dónde podemos encontrar la verdad? El Señor Jesús dijo que la verdad está en las Escrituras: “Tu palabra es verdad”, Juan 17.17. Estas afirmaciones no pueden sorprendernos, pues Dios no puede mentir, Tito 1.2, su Palabra solo puede reflejar lo que Dios es, “el Dios de verdad”, Salmo 31.5. La Biblia nos presenta las cosas tal y como son en realidad, en todo tiempo y lugar. La inestimable ventaja de las Escrituras es que son objetivas, no cambian, y por eso su mensaje es siempre pertinente: es verdad independientemente de nuestras ideas, gustos o modas. Es curioso observar como cada momento histórico ha rechazado diversos aspectos del testimonio bíblico, pero no siempre el mismo. Podemos no querer aceptar lo que la Biblia nos dice acerca de la realidad, pero por lo menos sabremos a qué atenernos. La relevancia de la verdad reside en el hecho de que al ser Dios mismo quién anuncia lo que cierto siempre podemos estar seguros de que así será. Y es que el vocablo verdad en las Escrituras se asocia con aquello que permanece y es estable. Y es que lo que Dios ha hecho es lo que no dejará de ser. No hay nada mejor en un mundo de mentiras que confiar en aquello que es objetivamente verdad. Y por eso en las Escrituras se insiste en que  solo podemos ser salvos en la esfera de la verdad. Es decir, somos salvos en relación con la verdad. Es necesario creer a la verdad, y amar la verdad para ser salvos, afirma el Apóstol Pablo, 2ª Tesalonicenses 2.12,10. Y es que somos salvos por la palabra de verdad que es el evangelio, Efesios 1.13. Hay una salvación efectiva y real que solo Dios puede dar. Es aquí donde están las buenas noticias de salvación que Dios nos trae en su palabra, en su carácter verídico y duradero. Y por eso, el término verdad se puede igualmente traducir como fidelidad, Salmo 108.4. Dios es veraz, por eso es confiable. El no puede negarse a sí mismo.

Jesús es la verdad en el sentido de que es la revelación auténtica de Dios.

Pero el aspecto más distintivo de la fe cristiana es que personifica la verdad. La verdad es una Persona, nuestro Señor Jesucristo. El mismo afirmó: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”, Juan 14.6. O como lo presenta el Apóstol Pablo: “la verdad está en Jesús”, Efesios 4.21. Jesús es la verdad en el sentido de que es la revelación auténtica de Dios: “es el resplandor de la gloria de Dios y la expresión exacta de su naturaleza”, Hebreos 1.3. A Felipe, uno de sus discípulos, Jesús le dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Dios es tal y como Jesús lo presenta. Jesús es, asimismo, la verdad en el sentido de que es la revelación final de Dios al ser humano. Como dijo Pedro: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”, Hechos 4.12. Solo podemos volvernos a Dios el Padre por Jesucristo. No hay otro camino de vuelta a Dios. La salvación es, por tanto, por una relación con la verdad, con una Persona viva y real, la del Señor Jesucristo. En El está la vida, la genuina, la que llena y da sentido, Juan 10.10. Una vida única y singular, que comienza ya aquí y ahora, en el momento en el que ponemos nuestra fe en Cristo como Salvador y Señor, Juan 6.47. Una vida de calidad y de extensión eternas centrada en conocer a Dios el Padre en Jesucristo, Juan 17.3. La única verdad es que ¡solo Jesucristo está lleno de gracia y de verdad! Juan 1.14,17.

Pero Cristo no solo nos revela de una manera genuina y final quién es Dios. Del mismo modo, nos revela quienes somos nosotros realmente. Por medio de la Palabra de Dios podemos conocernos de verdad. La Biblia nos muestra nuestro pecado y culpa, como somos realmente delante de Dios. Por cierto, esta es una prueba indubitable de que la Biblia es verdad: no nos gusta lo que dice de nosotros, nos hace sentirnos incómodos. Y es que no somos tan buenos como creemos o aparentamos ser. No nos agrada que nos descubran tal y como somos en realidad: oscuros, malvados y contradictorios. Esta es la razón por la que muchos le rechazaron entonces, y otros lo siguen haciendo hoy: no quieren aceptar el veredicto de Dios acerca de sí mismos. Por ello, solo hay dos disyuntivas como decía el puritano John Bunyan: “O la Biblia te aparta del pecado, o el pecado te apartará de la Biblia”.  Por eso, no se puede ser cristiano sin identificarnos con el punto de vista de Dios acerca de nosotros mismos: que somos pecadores, que somos culpables y estamos bajo su justo juicio. Este reconocimiento es esencial, pues solo podremos ser perdonados si confesamos nuestros pecados a Dios, 1ª Juan 1.9. Si no confesamos nuestros pecados, nos engañamos a nosotros mismos, y llamamos mentiroso a Dios, 1ª Juan 1.8,10.

En su último trabajo, Bob Dylan nos regala una conmovedora canción titulada Murder Most Foul. En ella se ocupa del asesinato que conmovió a todo el planeta, el del presidente John F. Kennedy. Al hilo de esa tragedia, Bob Dylan capta el anhelo profundo de aquella generación horrorizada, y canta: “Envíame un poco de amor; no me digas mentiras”. Este sigue siendo el deseo más insondable de nuestros corazones: que nos digan la verdad en amor. En un mundo plagado de farsas y seducciones engañosas, la fe cristiana te ofrece la verdad: la realidad incontrovertible del amor de Dios por los pecadores en Su Hijo, Cristo crucificado. El mismo dijo: “Yo nací y vine al mundo para decir lo que es la verdad. Y todos los que pertenecen a la verdad, me escuchan”, Juan 18.37. Oye su voz y ¡descansa en la Verdad!

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