Pan del cielo

Nosotros creemos vivir felices en la seguridad de ir construyendo todas las áreas de nuestra vida, Dios nos enseña lo que significa vivir una aventura diaria.

02 DE AGOSTO DE 2021 · 10:00

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Foto de Franzi Meyer en Unsplash.

Tengo que reconocer que algunas cantantes del llamado “soul/jazz” tienen cautivo mi corazón musical. Lizz Wright es una de ellas. Con motivo de una de sus visitas a Europa, confesaba en una entrevista para El País semanal"Mis canciones son como un plato de comida  y una oración. Me he pasado la vida cantando en Iglesias del sur, donde la gente busca a Dios para que cure sus males, y al final, lo encuentra en las canciones”.

A nosotros nos gusta tener todo controlado. Dios prefiere hacer lo imposible: a nosotros nos gusta tener seguridad, una cuenta en el banco, un trabajo fijo, etc. Dios se mueve en el control absoluto de todo, cuidando de quienes somos; Él quiere que confiemos en él, y muchas veces sus desafíos son más grandes de lo que podemos imaginar. Necesitamos descansar en Él y no en nuestra propia seguridad. A nosotros nos gusta lo previsible, Dios nos regala la imaginación. Nosotros creemos vivir felices en la seguridad de ir construyendo todas las áreas de nuestra vida, Dios nos enseña lo que significa vivir una aventura diaria.

Nosotros esperamos que Dios nos hable de una manera audible, directa, casi como “dándonos órdenes” en cuanto a lo que tenemos que hacer. A Él le encanta enviarnos mensajes en cientos de maneras diferentes para que aprendamos a tener los ojos abiertos y disfrutemos de todo lo que quiere regalarnos, pero ¡sobre todo! para que seamos felices con su presencia, aunque sea en silencio.

Nosotros queremos arreglar una y mil situaciones en cada semana, llenamos nuestra agenda de objetivos y metas para hacernos creer que nuestro tiempo tiene un valor impresionante, y que somos capaces de conseguir mucho más de lo que imaginamos. Dios nos regala la paciencia y la esperanza, cualidades que nos hacen mucho más bien del que imaginamos… y sigue susurrando a nuestro corazón cada día para que aprendamos a sentirnos queridos aún sin hacer nada.

Nosotros buscamos los primeros planos, el éxito agradable, las multitudes aclamantes y los cientos de visitas perfiladas; para Dios, cada persona es única y especial. Nosotros buscamos amistades que nos avalen y certifiquen nuestro valor, sin darnos cuenta de que la comprensión es un ejercicio en el que a muy pocos les gusta disciplinarse. 

Nosotros a veces nos desesperamos por nuestras familias, sin aprender que Dios no sólo las cuida, sino que nos llena de pequeños momentos sublimes, que solemos perder en la ansiedad por creer que sólo lo trascendental tiene valor. Nos haría bien recordar una canción muy antigua: “Cuando alguna vez dije “mis pies resbalan” tu amor, Señor, vino en mi ayuda. En medio de las preocupaciones que se agolpan en mi mente, me das consuelo y alegría” (Salmo 94:18-19). Puede ser, si, puede ser que lo único que realmente necesitemos para que nuestro corazón rebose felicidad sea un plato de comida y una oración. 

El pan de la tierra y el pan del cielo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Con otro ritmo - Pan del cielo