“Todos hermanos”: el costo insostenible del universalismo católico romano

Todos somos hermanos como hijos del mismo Dios. Esta es la verdad teológica del Papa Francisco.

  · Traducido por Rosa Gubianas

15 DE NOVIEMBRE DE 2020 · 14:20

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Foto de Ágatha Depiné en Unsplash.

Ha sido llamado con razón el “manifiesto político” del pontificado del Papa Francisco. De hecho, hay mucha política y mucha sociología en la nueva encíclica Todos  hermanos, un documento muy largo (130 páginas) que parece más un libro que una carta. Francisco quiere defender la causa de la fraternidad universal y la amistad social. Para ello, habla de fronteras que hay que derribar, de residuos que hay que evitar, de derechos humanos que no son suficientemente universales, de globalización injusta, de pandemias gravosas, de migrantes que hay que acoger, de sociedades abiertas, de solidaridad, de derechos de los pueblos, de intercambios locales y mundiales, de los límites de la visión política liberal, de la gobernabilidad mundial, del amor político, del reconocimiento del otro, de la injusticia de cualquier guerra, de la abolición de la pena de muerte. Todos estos son temas “políticos” interesantes que, de no ser por algunos comentarios sobre la parábola del buen samaritano que se intercalan en los capítulos, podrían haber sido escritos por un grupo de sociólogos y trabajadores humanitarios de alguna organización internacional, tal vez después de leer, por ejemplo, a Edgar Morin y Zygmunt Bauman.

Mucha política, poca teología

Estos son los temas que el Papa Francisco ha difundido en muchos discursos y en su otra encíclica, Laudato si' (2015), sobre el cuidado del medio ambiente. No es sorprendente que él mismo sea, con mucho, el autor más citado de la obra (unas 180 veces), lo que pone de manifiesto la tendencia circular de su pensamiento (la necesidad de fortalecerse a sí mismo) y la “novedad” de su enseñanza con respecto a los temas tradicionales de la doctrina social de la Iglesia Católica Romana. La visión propuesta por Todos hermanos es la forma en que Roma ve la globalización, o sea, con los ojos de un papa jesuita y sudamericano.

Sólo en el octavo (y último) capítulo de la encíclica, el Papa trata el tema de la fraternidad con las religiones, y aquí el documento se vuelve más “teológico”. Esta sección puede considerarse una interpretación del Documento sobre la fraternidad humana para la paz mundial y la convivencia, que el propio Francisco firmó en Abu Dhabi con el Gran Imán de Al-Azhar Ahmad Al-Tayyeb en 2019. Más que una simple reflexión, esta sección es una mezcolanza de citas (mejor dicho, autocitas) que, al superponerse los planes y yuxtaponer las cuestiones, terminan confundiendo más que aclarando. A pesar de ello, su mensaje básico es suficientemente claro: todos somos hermanos como hijos del mismo Dios. Esta es la verdad teológica del Papa Francisco.

El mejor comentario sobre este aspecto de la encíclica viene del Juez Mohamed Mahmoud Abdel Salam, quien habló en la presentación oficial en el Vaticano. Esto es lo que dijo: “Como joven musulmán estudioso de la Shari'a (ley), el Islam y sus ciencias, me encuentro con mucho amor y entusiasmo de acuerdo con el Papa y comparto cada palabra que ha escrito en la encíclica. Sigo, con satisfacción y esperanza, todas sus propuestas presentadas en un espíritu de preocupación por el renacimiento de la fraternidad humana”. Si un musulmán convencido y sincero comparte “cada palabra” del Papa, significa que la escritura es deísta, en el mejor de los casos teísta, pero no en línea con el cristianismo bíblico y trinitario.

Una vez “eliminado” el escollo de Jesucristo, todos pueden recurrir a una divinidad no especificada.

Cuando Todos hermanos habla de Dios, lo hace en términos generales que pueden encajar con los relatos de los musulmanes, hindúes y otras religiones sobre Dios, así como la referencia masónica al Vigilante. Para confirmar esto, Todos hermanos termina con una “Oración al Creador” que puede ser usada tanto en una mezquita como en un templo masónico. Una vez eliminado el “escollo” de Jesucristo, todos pueden recurrir a una Divinidad no especificada para experimentar lo que significa ser “hermanos”; hermanos en una Divinidad hecha a imagen y semejanza de la humanidad, no hermanos y hermanas sobre la base de la obra de Jesucristo que ha muerto y resucitado por los pecadores. Todos hermanos ha modificado genéticamente el significado bíblico de la fraternidad, transfiriéndolo a la humanidad común. Al hacerlo, ha perdido los límites bíblicos de la palabra y los ha reemplazado con rasgos y contenidos pan-religiosos. ¿Es esto un servicio al Evangelio de Jesucristo?

¿Qué está en juego teológicamente?

Mucha gente, la gran mayoría, no leerá la larga encíclica del Papa Francisco Todos hermanos. Sólo escucharán unas pocas frases o líneas repetidas aquí y allá como eslóganes. Sin embargo, lo que todos retendrán está en la apertura efectiva del documento: Todos hermanos; todos somos hermanos (y hermanas). Es un mensaje universalista e inclusivo muy poderoso que comunica la idea de que las líneas de demarcación entre creyentes y no creyentes, ateos y agnósticos, musulmanes y cristianos, evangélicos y católicos, son tan fluidas y relativas que no socavan los lazos de fraternidad que todos comparten. La Revolución Francesa ya había lanzado la “fraternidad” como una pertenencia secular a la ciudadanía humana (junto con la “libertad” y la “igualdad”), pero ahora el Papa la define en un sentido teológico. Somos “hermanos” no porque seamos ciudadanos, sino como hijos del mismo Dios. Según el Papa Francisco, todos somos hijos de Dios, por lo tanto hermanos y hermanas entre nosotros.

En Todos hermanos hay una comprensible ansiedad dirigida a disolver conflictos, superar injusticias y detener guerras. Esta preocupación es encomiable, incluso si los análisis y propuestas son políticos, y por lo tanto pueden ser legítimamente discutidos. Lo que es problemático es la clave teológica elegida para superar las divisiones: la declaración de la fraternidad humana en nombre de la filiación divina de toda la humanidad. El Papa utiliza una categoría teológica (“todos hermanos como todos hijos de Dios”) para crear las condiciones para un mundo mejor.

¿Cuáles son las implicaciones teológicas de tal declaración? Aquí hay algunos ejemplos. En primer lugar, Todos hermanos plantea una cuestión soteriológica. Si todos somos hermanos como todos somos hijos de Dios, ¿significa esto que todos se salvarán? Toda la encíclica está impregnada de una poderosa inspiración universalista que incluye también a los ateos (n. 281). Las religiones en sentido amplio se presentan siempre en una acepción positiva (n. 277-279) y no se menciona la crítica bíblica a las religiones ni la necesidad de arrepentimiento y fe en Jesucristo como la clave para recibir la salvación. Todo en la encíclica sugiere que todos, como hermanos y hermanas, se salvarán.

Jesús se reduce al rango de campeón de los cristianos. Por encima de él hay un “Dios” que es padre de todo.

Luego, en segundo lugar, hay una cuestión cristológica. A pesar de que se hace referencia a Jesucristo aquí y allá, sus afirmaciones exclusivas y “ofensivas” se mantienen en silencio. Francisco sabiamente presenta a Jesucristo no como la “piedra angular” sobre la que se levanta o se derrumba todo el edificio de la vida, sino como la piedra sólo para aquellos que lo reconocen. Por encima de Jesucristo, según la encíclica, hay un “Dios” que es el padre de todo. Somos hijos de este “Dios” incluso sin reconocer a Jesucristo como Señor y Salvador. Jesús se reduce así al rango de campeón de los cristianos solamente, mientras que los otros “hermanos” siguen siendo hijos del mismo “Dios” sin importar la fe en Jesucristo.

En tercer lugar, hay una cuestión eclesiológica. Si todos somos “hermanos”, hay un sentido en el que todos somos parte de la misma iglesia que reúne a hermanos y hermanas. Las fronteras entre la humanidad y la iglesia son tan inexistentes que las dos comunidades se vuelven coincidentes. La humanidad es la iglesia y la iglesia es la humanidad. Esto está en línea con la visión sacramental de la Iglesia Católica Romana que, según el Vaticano II, se entiende como “signo e instrumento de la unidad de todo el género humano” (Lumen Gentium, n. 1). Según la encíclica, la totalidad del género humano pertenece a la Iglesia no sobre la base de la fe en Jesucristo, sino sobre la base de una filiación divina compartida y de la fraternidad humana.

El costo teológico de Todos hermanos es enorme. El mensaje que envía es bíblicamente devastador. La opinión pública dentro y fuera de la Iglesia Católica Romana verá la consolidación de la idea de que Dios en última instancia salva a todos, que Jesucristo es uno entre muchos, y que la Iglesia es inclusiva de todos sobre la base de una humanidad común y compartida, no sobre la base del arrepentimiento y la fe en Jesucristo. Este no es el Evangelio de Jesucristo. 

El ecumenismo católico romano envuelve al mundo entero

La trágica ironía de este Papa es que si, por un lado, se presenta como el heraldo del relanzamiento de la “misión” y de la “iglesia que avanza” (Evangelii Gaudium, 2013), por otro lado, es el Papa que, con su ambigüedad jesuita y ahora con su universalismo católico romano, ha hecho la auténtica misión cristiana más complicada de lo que era. Utiliza las palabras “misión”, “anuncio” e “iglesia misionera”, pero las ha vaciado de su significado evangélico, eliminando su referencia bíblica y llenándolas de un contenido vacío e inofensivo. Todos hermanos muestra que la misión que el Papa Francisco tiene en mente no es la predicación del Evangelio en palabras y hechos, sino la extensión a todos de un mensaje de fraternidad universal.

Después del Concilio de Trento (1545-63) y hasta el Vaticano II (1962-1965), el catolicismo romano se relacionó con los “otros” (ya fueran protestantes, otras religiones o diferentes movimientos culturales y sociales) a través de sus reivindicaciones “romanas” y los llamó a volver al redil. Los “hermanos” eran sólo católico romanos en comunión con el papa romano. Los otros eran “paganos”, “herejes” y “cismáticos”: excluidos de la gracia sacramental, a la que sólo se puede acceder a través del sistema jerárquico de la Iglesia Católico Romana. Con el Vaticano II, fue la “catolicidad” de Roma la que prevaleció sobre su “centralidad romana”.  Los protestantes se han convertido en “hermanos separados”, otras religiones han sido vistas positivamente, la gente en general ha sido abordada como “cristianos anónimos”. Ahora, de acuerdo con la encíclica de Francisco, somos “todos hermanos”. La expansión de la catolicidad se ha extendido aún más. De ser excluidos del lado “romano” de Roma, ahora estamos todos incluidos por el lado “católico” de Roma.

Después de Todos hermanos, ¿entenderán mejor los evangélicos que el ecumenismo católico romano está dentro de un plan aún mayor que abarca a todos y a todo para que el mundo entero venga cum et sub Petro (con y bajo Pedro, el centro romano)?

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