El Papa Francisco, ¿capellán de las Naciones Unidas?

Sus iniciativas “universales” de 2020 se parecen a las de las Naciones Unidas en cuanto a lenguaje, alcance y contenido. Tres proyectos merecen ser mencionados a este respecto.

  · Traducido por Rosa Gubianas

14 DE FEBRERO DE 2021 · 19:00

Francisco, en uno de sus viajes internacionales. / Cancillería del Ecuador, Flickr CC,
Francisco, en uno de sus viajes internacionales. / Cancillería del Ecuador, Flickr CC

La pandemia golpeó con fuerza en 2020. Los trastornos irrumpieron en todos los niveles. El Vaticano, como sede de la Iglesia Católico Romana, no fue una excepción. Los programas se cancelaron en Roma o se celebraron de forma discreta. ¿Fue entonces un stand-by o, peor aún, un año perdido? En absoluto.

El año 2020 fue de una intensa actividad entre bastidores, especialmente en el ámbito de la expansión de las fronteras de la “catolicidad” de Roma. La catolicidad del catolicismo romano es uno de los dos pilares de todo el sistema: si bien es “romano”, es decir, centrado en la institución jerárquica de Roma, enfocado en el catecismo y el derecho canónico de Roma, basado en su maquinaria sacramental, también es “católico”, o sea, que amplía constantemente su síntesis, asimilando tendencias y movimientos, con el objetivo de hacerse más plenamente universal mediante la absorción del mundo. Fuera de los focos de atención de los medios de comunicación, la catolicidad de Roma ha sido la que ha ganado mucho con el año Covid.

Si bien sus actos ordinarios se vieron afectados negativamente, la visión “católica” a largo plazo de la Iglesia romana se vio alimentada con las impresionantes consecuencias. El Papa Francisco fue el arquitecto y el director proactivo de todos estos movimientos. Al observar las recientes actividades globales del Papa, el filósofo argentino Rubén Peretó Rivas las comparó con las de una organización internacional y se preguntó si el Papa Francisco pretende convertirse en el “Capellán de las Naciones Unidas”. Sus iniciativas “universales” de 2020 se parecen, en efecto, a las de las Naciones Unidas en cuanto a lenguaje, alcance y contenido. Tres proyectos merecen ser mencionados a este respecto.

Hermanos todos

Se le ha llamado, con razón, el “manifiesto político” del pontificado del Papa Francisco. De hecho, hay mucho de política y otro tanto de sociología en la última encíclica Hermanos todos (3 de octubre de 2020). En ella, Francisco quiere abogar por la causa de la fraternidad universal y la amistad social. Para ello, habla de fronteras que hay que derribar, de despilfarros que hay que evitar, de derechos humanos que no son suficientemente universales, de globalización injusta, de pandemias gravosas, de migrantes que hay que acoger, de sociedades abiertas, de solidaridad, de derechos de los pueblos, de intercambios locales y globales, de los límites de la visión política liberal, de la gobernanza mundial, del amor político, del reconocimiento del otro, de la injusticia de toda guerra y de la abolición de la pena de muerte. Son todos temas “políticos” interesantes que, si no fuera por algunos comentarios sobre la parábola del buen samaritano que intercala en los capítulos, podrían haber sido escritos por un grupo de sociólogos y trabajadores humanitarios de alguna organización internacional. La visión que propone Hermanos todos es la forma en que Roma ve la globalización a ojos de un papa jesuita y sudamericano.

Su mensaje básico es suficientemente claro: todos somos hermanos como hijos de un mismo Dios. Esta es la verdad teológica del Papa Francisco. Cuando Hermanos todos habla de Dios lo hace en términos generales que pueden encajar con los relatos del dios de los musulmanes, los hindúes y otras religiones, así como con la referencia masónica al Relojero. Para confirmarlo aún más, Hermanos todos termina con una “Oración al Creador” que podría utilizarse tanto en una mezquita como en un templo masónico. Una vez eliminado el “escollo” de Jesucristo, todos pueden dirigirse a una divinidad no especificada para experimentar lo que significa ser “hermanos”; hermanos en una divinidad hecha a imagen y semejanza de la humanidad, no hermanos y hermanas sobre la base de la obra de Jesucristo muerto y resucitado por los pecadores. Hermanos todos ha modificado genéticamente el significado bíblico de la fraternidad trasladándolo a la humanidad común. Al hacerlo, ha perdido los límites bíblicos de la palabra y los ha sustituido por rasgos y contenidos panreligiosos. El documento papal es deísta, en el mejor de los casos teísta, pero no se ajusta al cristianismo bíblico y trinitario. 

Hermanos todos muestra que la misión que el Papa Francisco tiene en mente no es la predicación del Evangelio en palabras y hechos, sino la extensión a todos de un mensaje de fraternidad universal. Este es el marco teológico del papa al ampliar los límites de la catolicidad de su iglesia.

El pacto mundial por la educación

Poco después de lanzar Hermanos todos, hubo otra indicación de la agenda universalista del Papa Francisco. En un mensaje de vídeo emitido el 15 de octubre de 2020, elogió el Pacto Mundial por la Educación (GCE, por sus siglas en inglés), es decir, un plan ambicioso en el ámbito de la educación en todo el mundo para lograr un “cambio de mentalidad”. El GCE se elabora con la Misión 4.7, un grupo consultivo de líderes civiles y políticos respaldado por la ONU que pretende cumplir la meta educativa (numerada 4.7) de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU. 

El ODS número 4 busca “una educación de calidad”, y dentro de ese objetivo, la meta 4.7 pretende “garantizar que todos los alumnos adquieran los conocimientos y las aptitudes necesarios para promover el desarrollo sostenible, entre otras cosas mediante la educación para el mismo y los estilos de vida sostenibles, los derechos humanos, la igualdad de género, la promoción de una cultura de paz y no violencia, la ciudadanía mundial y la apreciación de la diversidad cultural y de la contribución de la cultura al desarrollo sostenible”. 

Este es el lenguaje globalista de la ONU, pero la lengua católico romana se solapa significativamente con él. La GCE habla de la “fraternidad humana” insensible a las creencias religiosas y más allá de ellas. En el plan, los lemas son totalmente laicos. La fórmula dominante es el “nuevo humanismo”, explicado en términos de “casa común”, “solidaridad universal”, “fraternidad” (como se define en Hermanos todos), “convergencia”, “acogida”, superación de “la división y el antagonismo”...  El “nuevo humanismo” se une a la “fraternidad universal” para abarcar a toda la humanidad en un proyecto humano y común. En el “nuevo humanismo”, Roma lee su catolicidad acrecentada, la ONU su agenda globalista.

En el vídeo, Francisco también elogió el papel y la contribución de la ONU al ofrecer una “oportunidad única” para crear “un tipo distinto de educación nueva”, y citó el mensaje de agradecimiento de Pablo VI a la ONU en 1965, en el que alababa a la institución por “enseñar a los hombres la paz”. Francisco está seguro de que este plan traerá consigo “la civilización del amor, la belleza y la unidad”. No se hace ninguna referencia cristiana explícita ni se indica que el problema de fondo sea el pecado humano. Parece que, al tener mejores oportunidades de educación para todos, llegará el “nuevo humanismo”. Esto coincide con la visión de la ONU, pero ¿es realista desde el punto de vista cristiano? 

La economía de Francisco

Si Hermanos todos es el marco teológico y la GCE es el proyecto de educación, un tercer ámbito que el Papa Francisco ha impulsado con fuerza es una iniciativa en el campo de la economía. Haciendo referencia a la visión reconciliadora de Francisco de Asís entre la humanidad y la tierra e inspirándose en ella, la iniciativa se denominó Economía de Francisco (EF).

En un vídeo difundido el 21 de noviembre, el Papa llamó a los jóvenes economistas, empresarios y líderes de negocios “a asumir el reto de promover y alentar modelos de desarrollo, progreso y sostenibilidad en los que las personas, especialmente las excluidas (incluida nuestra hermana la tierra), dejen de ser, a lo sumo, una presencia meramente nominal, técnica o funcional. Por el contrario, que se conviertan en protagonistas de su propia vida y de todo el tejido social”. El objetivo es luchar por “un pacto para cambiar la economía actual” y “dar una nueva alma a la economía global”, e incluso derrocarla radicalmente siguiendo la estela de los “movimientos populares”.

De nuevo, este proyecto es otra extensión de la catolicidad de la Iglesia católico romana, sin referencia explícita a un marco cristiano, pero que se ajusta a una visión aparentemente globalista de una realidad económica marcada por el “nuevo humanismo”.

Al tiempo que el Papa promovía la Economía de Francisco, también incluyó como socio de la iniciativa al Consejo para el Capitalismo Inclusivo, es decir, a los magnates de la Fundación Ford, Johnson & Johnson, Mastercard, Bank of America, la Fundación Rockefeller y otros similares. El Consejo está formado por unas 500 empresas, que en conjunto representan 10,5 billones de dólares en activos gestionados y 200 millones de trabajadores en más de 163 países. Esto es para decir que simplemente presentar la catolicidad de Roma como anticapitalista es un error. El Papa Francisco pretende incluir a todas las partes en su “nuevo humanismo”. En estas relaciones con las empresas globales también hay oportunidades estratégicas para financiar las iniciativas de la Iglesia Católica Romana. Es una relación en la que todos ganan.

Como ya se ha mencionado, el activismo de Francisco en la escena mundial en 2020 incitó a alguien a calificarle como “Capellán de las Naciones Unidas” por la sorprendente convergencia entre el “nuevo humanismo” que ha venido defendiendo en los ámbitos de la fraternidad, la educación y la economía y los objetivos de la ONU. Al ver lo que el Papa hace, no debe tenerse la impresión de que Francisco está operando torpemente fuera de los principios y convicciones católico romanas. Si bien hay aparentes similitudes con el ethos de una organización internacional como la ONU, lo que el papa hizo en 2020 es un intento de poner en práctica la visión lanzada en el Concilio Vaticano II (1962-1965).

En uno de sus documentos fundacionales sobre la Iglesia, el Vaticano II sostiene que la Iglesia es un “sacramento”. Aquí se explica lo que esto significa: la Iglesia es un “sacramento” porque es “un signo e instrumento tanto de una unión muy estrecha con Dios como de la unidad de todo el género humano” (Lumen Gentium 1). La idea de la “fraternidad humana” global y de la Iglesia romana como signo e instrumento de la misma está integrada en la autocomprensión de Roma. Con estos recientes proyectos, el Papa Francisco está dejando claro lo que significa para la Iglesia Católico Romana ser un “sacramento” en el mundo en los ámbitos de la política, la educación y la economía globales, es decir, unir a toda la humanidad en torno a sí misma.

En su documento de 2013 Evangelii Gaudium, Francisco escribió que “iniciar procesos más que poseer espacios” (n. 223) es lo que quería lograr. Hermanos todos, el Pacto Mundial por la Educación y la Economía de Francisco son procesos iniciados por la expansión de la catolicidad de Roma. Aquellos que están acostumbrados a pensar en el catolicismo romano como un sistema “romano” (por ejemplo, dogmático, rígido, encerrado) y no como un proyecto “católico” (más o menos abierto, absorbente y en expansión) pueden sorprenderse e incluso desconcertarse. Pero el catolicismo romano exige que su institución centrada en lo romano sea incesantemente fecundada por su horizonte cada vez más católico, y viceversa.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde Roma - El Papa Francisco, ¿capellán de las Naciones Unidas?