El Jesús crucificado y confesado

El Cristo solo, abandonado, despreciado y angustiado es, en un sentido muy real, la prueba de la solidaridad de Dios en el sufrimiento.

02 DE AGOSTO DE 2021 · 18:20

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Foto de Vaishakh Pillai en Unsplash.

Y obligaron a uno que pasaba, Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que venía del campo, a que le llevase la cruz. Y le llevaron a un lugar llamado Gólgota, que traducido es: Lugar de la Calavera. Y le dieron a beber vino mezclado con mirra; mas él no lo tomó. Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes sobre ellos para ver qué se llevaría cada uno. Era la hora tercera cuando le crucificaron. Y el título escrito de su causa era: EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron también con él a dos ladrones, uno a su derecha, y el otro a su izquierda. Y se cumplió la Escritura que dice: Y fue contado con los inicuos. Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: !!Bah! tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo, y desciende de la cruz. De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciendo, se decían unos a otros, con los escribas: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar. El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos. También los que estaban crucificados con él le injuriaban. Cuando vino la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Y algunos de los que estaban allí decían, al oírlo: Mirad, llama a Elías. Y corrió uno, y empapando una esponja en vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber, diciendo: Dejad, veamos si viene Elías a bajarle. Mas Jesús, dando una gran voz, expiró. Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Y el centurión que estaba frente a él, viendo que después de clamar había expirado así, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios. También había algunas mujeres mirando de lejos, entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y de José, y Salomé, quienes, cuando él estaba en Galilea, le seguían y le servían; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.

(Marcos 15:21-41)

 

Jesús muere despreciado por unos, abandonado por todos, llamando a Dios su Padre desde la angustia del dolor, gritando el salmo 22: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me abandonado?”. Es el hombre sufriente que, identificado con los marginados, los enfermos, los últimos, los despreciados y rechazados, llega a ser uno con ellos. A partir de aquí se debe releer el evangelio, descubriendo que esta muerte de Jesús culmina su camino porque “hace juego” con su vida. Este es uno de los mayores descubrimientos teológicos de Marcos: ha vinculado el mensaje de Galilea (1:1-8:26) con el camino de entrega (8:27:16-20) mostrando que son inseparables. No se han equivocado los que le matan. No se ha equivocado Jesús al aceptar su muerte poniéndose en las manos de Dios. Sin embargo, este Jesús que había contado con las respuestas del Padre a lo largo de toda su existencia, experimenta ahora su silencio y abandono.

El Cristo solo, abandonado, despreciado y angustiado es, en un sentido muy real, la prueba de la solidaridad de Dios en el sufrimiento. Si el acontecimiento de la cruz se mira desde fuera y al margen de las experiencias del propio sufrimiento, entonces puede uno preguntarse qué clase de Padre es ese que permanece sentado en el trono del cielo permitiendo que su propio Hijo muera en la tierra de forma tan terrible. Sin embargo, si nos fijamos bien, en el acontecimiento de la cruz de Cristo reconocemos al Padre en el Hijo. “El que me he visto a mí ha visto al Padre”, dice Jesús en el evangelio de Juan (14:9). Para Pablo “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2ª Co. 5:19). Por consiguiente, a donde va el Hijo, va también el Padre y cuando sufre el Hijo, sufre también el Padre; no a la manera del Hijo sino a su modo propio. Por eso puede decirse que Dios Padre ha sufrido en su propia persona la muerte de su Hijo querido y ha compartido sus dolores.

A partir del acontecimiento de la cruz, quienes claman a Dios pueden compartir el grito del Jesús crucificado descubriendo en este sufriente al Dios compasivo que sufre con ellos y los entiende. Cuando percibimos eso, descubrimos que Dios no es una fuerza fría y distante, sino que precisamente en el momento más dramático de su vida en este mundo, la cruz, ha hecho de nuestros sufrimientos los suyos propios. Quien cree en el Dios que sufre no solo por nosotros sino también con nosotros, reconoce su sufrimiento en Dios y a Dios en su sufrimiento y encuentra en la comunión con él la fuerza que le permite permanecer en el amor a pesar del dolor sin desesperarse.

Quien cree en el Dios que sufre no solo por nosotros sino también con nosotros, reconoce su sufrimiento en Dios y a Dios en su sufrimiento.

Después de la descripción de Marcos acerca de la muerte de Jesús con tintes tan dramáticos: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?” importa resaltar que el título por excelencia que el evangelista le aplica: “Hijo de Dios” (1:1, 11; 3:11; 5:7; 9:7) sólo se encuentra una vez en boca de un hombre, y que en este lugar no hay ninguna “orden de silencio” que amordace tal confesión: (Mr. 15:39) – “Y el centurión que estaba frente a él, viendo que después de clamar había expirado así, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. Al pie de la cruz se puede confesar, con toda libertad, que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, porque en este lugar los títulos no dan pie ya a equívocos triunfalistas. Y dada la crítica radical a la cual Marcos ha sometido la religiosidad tradicional judía, no debe sorprendernos que ponga esta confesión en labios de un pagano. Un personaje así simboliza a quien sabe que no tiene derechos especiales por ser miembro del pueblo de Dios, no puede autoengañarse pensando que conoce bien a Dios porque ha recibido la revelación del Antiguo Testamento.

Por otro lado, no es casual que este hombre pagano tenga acceso a la fe precisamente al pie de la cruz, porque con la muerte de Jesús en la cruz “el velo del templo se rasga en dos de arriba abajo” (15:38), lo cual simboliza que ya concluyó la antigua alianza y comienza la misión cristiana a los gentiles. Esto viene confirmado por la escena que precede inmediatamente a la confesión del centurión que forma contraste con ésta[1]. Por un lado, se recoge el motivo de que la crítica de Jesús al templo le llevó a la cruz (15:29), pero por otra parte se contrapone la concepción triunfalista de Dios que espera una actuación estelar bajando de la cruz y exige milagros para poder creer en Jesús: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar” (vs. 31); “El Cristo, rey de Israel, descienda ahora de la cruz para que veamos y creamos” (vs. 32), a la concepción de la comunidad cristiana, que descubre en la impotencia del amor del que da su vida por nosotros la revelación máxima del poder amoroso de Dios.

 

Notas

[1] X. Alegre. Memoria Subversiva y esperanza para los pueblos crucificados. Trotta. 129-130 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - En el camino - El Jesús crucificado y confesado