Febe

El cristianismo conoció en épocas muy tempranas la institución de las diaconisas.

09 DE DICIEMBRE DE 2020 · 09:45

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Foto de Ben White en Unsplash CC.

El libro Martirologio Romano cuenta que “en Corinto se celebra la muerte de Santa Febe, a quien menciona el Santo Apóstol Pablo en la carta a los Romanos”.

De los sesenta y seis libros que cuenta la Biblia, el nombre de Febe aparece solamente en dos versículos de la epístola a los Romanos, en el contexto de una larga lista de hombres y mujeres a quienes Pablo saluda. En el caso de Febe no se trata de un simple saludo, sino de algo más distinguido, una recomendación.

“Os recomiendo además nuestra hermana Febe, la cual es diaconisa de la Iglesia en Cencrea; que la recibáis en el Señor, como es digno de los santos, y que la ayudéis en cualquier cosa en que necesite de vosotros, porque ella ha ayudado a muchos, y a mi mismo” (Romanos 16:1-2).

Febe era natural de Cencreas. El nombre, femenino de Febo, era muy popular en la mitología griega, lo que indica que debía ser de origen gentil. Difícilmente una madre judía habría puesto el nombre de Febe a una hija. Dedicada totalmente al servicio de la Iglesia, ostentaba el título de Diaconisa.

Pablo la incluye entre los santos.

Había ayudado a mucha gente.

También había ayudado a Pablo.

La llama “hermana”.

Cencreas estaba situada en el puerto de Corinto, actualmente llamado Kenkries. Era un lugar de importancia comercial, en el lado oriental del istmo. Pablo fundó la Iglesia en Cencreas durante su estancia en Corinto. Desde Cencreas Pablo embarcó para Éfeso, según Hechos 18:19.

De Cencreas era Febe. Cuando Pablo escribe la epístola a los Romanos ella estaba con él en Roma.

Febe es la única mujer en toda la Biblia a la que se da el título de Diaconisa.

¿Cuál era el papel de la mujer diaconisa en la Iglesia primitiva? He de admitir que no está claro. En primera a Timoteo 3:10 Pablo dice que “los diáconos deben ser honestos, sin doblez, no dados a mucho vino, no codiciosos de ganancias deshonestas”. Poco después añade: “Las mujeres asimismo sean honestas, no calumniadoras, sino sabias, fieles en todo” (1ª Timoteo 3:11).

Los intérpretes de la epístola a los Romanos que he consultado difieren. Unos dicen que en ese texto Pablo alude a las esposas de los diáconos, lo que podría ser el caso de Febe. Otros sostienen que aquí Pablo está pensando en las mujeres en general. El teólogo francés Jean Duplacy, quien fue profesor en la Facultad Católica de Lyon, Francia, dice que es probable que en la Iglesia primitiva “hubiera mujeres que asistían o reemplazaban a los diáconos en ciertos menesteres que les convenía más que a los hombres. Esta hipótesis es la mejor del texto paulino”, añade. Miguel Balagué, Profesor de Sagrada Escritura en las Escuelas Pías de Salamanca, sostiene que Febe pudo haber sido el origen de otras mujeres cristianas, las administradoras, que Plinio el Joven (primer siglo) dice existían en la Iglesia primitiva.

En cualquier caso, el cristianismo conoció en épocas muy tempranas la institución de las diaconisas, cuya misión era asistir a las mujeres en el momento del bautismo y dentro y fuera de la Iglesia ayudar a los pobres y enfermos.

En los dos versículos que sirven de guía a este artículo, Romanos 16:1-2, Pablo incluye a Febe entre los santos: “Que la recibáis en el Señor, como es digno de los santos”.

El significado primitivo de la palabra santo es separación o apartamiento para servir a Dios. En la Iglesia católica quien eleva a los altares de la santidad es la jerarquía superior del Vaticano. En el Nuevo Testamento quien hace santas a las personas es el propio Cristo, como escribe Pablo en sus epístolas. La primera que envía a los corintios va dirigida “a los santificados en Cristo Jesús” (1ª Corintios 1:2). En otra de sus epístolas dice que la voluntad de Dios es la santificación de los creyentes, que se aparten del mal (1ª Tesalonicenses 4:3).

Los santos, personas entregadas a Cristo y bautizadas por inmersión, se hacían llamar hermanos y hermanas. Pablo habla de su recomendada como “nuestra hermana Febe”.

Después de pronunciar la parábola del sembrador se le dio este aviso a Cristo: “Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte”. Responde Jesús: “Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la cumplen” (Lucas 8:19-21).

Cristo no niega el afecto filial, pero antepone el afecto espiritual, que corresponde a motivos más altos que la ley de la carne, porque son hijos del reino.

La primera vez que los miembros de la Iglesia primitiva se hacían llamar hermanos entre sí tiene lugar cuando los apóstoles se reunieron para nombrar al sucesor de Judas, quien se automató recurriendo al suicidio. En aquella reunión “Pedro se levantó en medio de los hermanos” y empezó su discurso con estas palabras: “Varones hermanos…”.

Febe era una hermana entregada al Señor y a sus hermanos en la fe. Pablo dice de ella que había “ayudado a muchos”. No sabemos si Febe había ido a Roma por negocios personales o enviada con algún motivo por la Iglesia en Cencreas, de la que era miembro. Pero sí sabemos que se involucró en el trabajo de la comunidad cristiana que se reunía en Roma. El teólogo francés J. B. Frey, en su libro Les comunités juives a Rome (Las comunidades judías en Roma) dice que mujeres cristianas solían ayudar a los pobres de la comunidad judía. Febe estaría entre esas mujeres.

Pablo va más allá. Dice de Febe que “ha ayudado a muchos y a mi mismo”.

¿Qué tipo de ayuda prestó Febe a Pablo? No se sabe. Se han adelantado diferentes teorías. Una de ellas dice que ladrones romanos, sabiendo que Pablo viajaría a Palestina con mucho dinero para los pobres de las iglesias, planearon matarlo y escapar con el dinero. Febe tendría noticias del complot e inmediatamente lo puso en conocimiento de Pablo, estando a su lado durante aquellos días amargos. Si esta historia tiene fundamento verdadero o si se trata de una leyenda, no he podido averiguarlo.

Nada más que esos dos versículos en el capítulo 16 de la epístola a los Romanos menciona a Febe. Su nombre no aparece más en el Nuevo Testamento. Ni Pablo vuelve a citarla en sus epístolas. Pero lo poco que de ella se dice la enaltecen y viene a demostrar el valor que el cristianismo primitivo concedía a la mujer de segunda clase. Supo ganarse el respeto y la consideración del hombre y ocupar por méritos propios nada menos que un lugar en la Santa Biblia.

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