Evodia y Síntique

No sabemos en qué consistía la discrepancia de estas dos mujeres. Debió tener cierta resonancia cuando el apóstol da dos nombres propios, algo poco frecuente en él.

16 DE DICIEMBRE DE 2020 · 09:45

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Foto de Giorgio Grani en Unsplash CC.

Cuando escribí sobre Febe me quejaba de la escasez de datos sobre ella en la Biblia: sólo dos versículos. En el caso de estas mujeres hay la misma información: otros dos versículos en la epístola de Pablo a los Filipenses:

“Ruego a Evodia y a Síntique, que sean de un mismo sentir en el Señor … combatieron conmigo en el evangelio” (Filipenses 4:2-3).

En el capítulo dos del libro de los Hechos de los Apóstoles, Lucas, su autor, hace un bellísimo retrato de la vida íntima de la primitiva Iglesia en Jerusalén:

“Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón. Alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la Iglesia los que habían de ser salvos”.

Este idílico comunismo espiritual duró poco, como poco dura lo bueno. Uno dice cesta, otro ballesta, y se agua la fiesta. En palabras del estadista norteamericano Benjamín Franklin, la discordia entre seres humanos desayuna con la abundancia, almuerza con la pobreza, cena con la miseria y se acuesta con la muerte.

Algo parecido le ocurrió a la Iglesia en los primeros años de vida. Después del capítulo 4 de Hechos, donde Lucas dice que los primeros cristianos eran “de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (Hechos 4:32). Pasamos página y nos detenemos en el capítulo siguiente, en el 5. Con las mentiras de Ananías y Safira y la condena a muerte de ambos, podemos ver que incluso en la edad de oro de la Iglesia ya había discordias e ideas enfrentadas.

Al final del capítulo 2 de los Hechos leemos que los convertidos entonces tenían en común todas las cosas. Poco después, en el primer versículo del capítulo 6, cuando todavía el Evangelio no había salido de Jerusalén, hubo un enfrentamiento de los creyentes griegos contra los hebreos. Los griegos no eran tales. Se trataba de judíos que habían vivido fuera de Palestina y tenían en Jerusalén sinagogas propias, donde se leía el Antiguo Testamento en griego. Los hebreos eran los judíos nacidos en Palestina, con una mentalidad y vida más cerrada. Unos y otros habían sido convertidos al cristianismo y convivían juntos.

Motivo del enfrentamiento era la discriminación. En las comidas que se celebraban por las tardes, las viudas judías se consideraban con más derechos que las viudas helenistas.

Esto creó un clima de división en la Iglesia primitiva. No fue el único. Casi todas las epístolas que el apóstol Pablo escribió en el curso del primer siglo estaban encaminadas a corregir problemas internos o a denunciar las divisiones en las iglesias.

Como en el caso de la congregación en Filipos, ciudad al este de Macedonia, donde Pablo fundó la Iglesia después de haber tenido una visión sobrenatural. A esta Iglesia pertenecían dos mujeres destacadas, consagradas, pero enemistadas entre ellas: Evodia y Síntique. El tema a tratar no debía ser menor, por cuanto el apóstol les dirige una advertencia seria y profunda: Que dejen a un lado las diferencias entre ellas y “sean de un mismo sentir en el Señor”. No sabemos en qué consistía la discrepancia. Debió tener cierta resonancia cuando el apóstol da dos nombres propios, algo poco frecuente en él cuando se trataba de reprender por algún motivo. Toda vez que la carta de Pablo sería leída en público, el comportamiento de las dos mujeres quedaba expuesto a los juicios de los demás miembros de la Iglesia.

Al escribir Pablo que las dos mujeres “sean de un mismo sentir en el Señor da a entender que la discrepancia entre ellas fuera de carácter doctrinal. Tal vez sobre el papel de la mujer en la Iglesia o en torno al liderato femenino.

¿Quiénes eran esas dos mujeres? Aunque Pablo no la menciona en otro texto de la epístola, a esa Iglesia pertenecía Lidia, bautizada por Pablo un sábado en que él y Silas acudieron junto a un río donde mujeres hebreas se juntaban para orar. Lucas dice en Hechos 16:14 que además de Lidia había otras mujeres oyendo las predicaciones de Pablo y de Silas. El teólogo y pastor bautista August Strong dice en su obra Teología sistemática que entre aquellas mujeres que escucharon a Pablo y Silas estaban Evodia y Síntique. De haber sido así, las dos crecieron espiritualmente hasta destacar en el seno de la congregación y convertirse en misioneras junto al apóstol. Pablo reconoce sus trabajos diciendo que “combatieron juntamente conmigo en el evangelio”. A fin de facilitar el entendimiento entre ellas pide la ayuda de un tal Clemente, colaborador suyo en el ministerio cristiano, del que nada sabemos.

Muchos problemas surgen en las iglesias a causa de hombres ambiciosos que anhelan los primeros puestos.

Pero aquí el tema va de mujeres. A los 23 años fui nombrado predicador de dos iglesias en las Islas Canarias. Desde entonces hasta el día de hoy he pronunciado conferencias en iglesias de más de 50 países de cuatro continentes: Europa, África, Estados Unidos y América Latina. He visto congregaciones rotas a causa de mujeres enemistadas entre sí, influyendo en otras para atraerlas a su bando y oponerlas al bando contrario. Mujeres que sólo quieren demostrar su propio poder sin importarles el peligro en el que ponen al resto de la iglesia y el daño que causan a los más débiles en la fe. ¡Mujeres temibles! Al principio están conformes y se sujetan a la doctrina y a la disciplina de la Iglesia. Poco después elaboran sus propias opiniones y tratan de sentar cátedra en la congregación.

Si Pablo advierte a Evodia y Síntique acerca de lo perjudicial de sus desavenencias y deja escritos sus nombres en la Biblia, lo hace para que las mujeres cristianas de todos los países, de todas las razas aprendan de esta historia y traten de evitarla.

En una Iglesia hay hombres, adultos, ancianos, niños. Dentro de este colectivo de personas, la mujer tiene una tarea importante que realizar, especialmente trabajando para que haya unidad espiritual entre todos, evitando enfrentamientos, discordias y divisiones. Esto es lo que Pablo pedía a aquellas dos grandes mujeres, grandes en muchos sentidos, aunque estuvieran distanciadas entre ellas.

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