Caminando como las vacas de Bet Semes

Hoy en este siglo XXI, la palabra de Dios no se ha marchitado y sigue firme en aquello de que no volverá vacía, siempre alcanza la diana.

21 DE FEBRERO DE 2021 · 12:00

Imagen de José Amador Martín.,
Imagen de José Amador Martín.

Hace algunos años un amigo me recordó este pasaje, de cuando los filisteos devuelven el Arca a su lugar, después de los siete meses en que la mantuvieron en cautiverio. Sus sacerdotes y adivinos les aconsejaron devolverla y les recordaron lo sucedido con los egipcios en la época de Moisés (1 Samuel 6)

Para tal devolución deciden poner un carro nuevo y unas vacas recién paridas, a las que les habían quitado sus terneros, con lo que eso significaba para estos animales que también tienen instinto maternal. Además, eran vacas que no estaban acostumbradas al yugo y no tendrían nadie que las guiase, lo que significaba que, en todo momento, su instinto las llevaría a volver a casa. Pues resulta que empezaron a caminar hacia Bet Semes, la ciudad sacerdotal, en Israel. Y aquí podemos ver la acción de Dios haciendo que las vacas siguieran caminando sin desviarse ni a derecha ni a izquierda, ni siquiera para alimentarse en los campos de alrededor. Tampoco cogieron el camino de vuelta a casa donde se encontraban sus crías.

“¡Y las vacas se fueron mugiendo por todo el camino, directamente a Bet Semes! Siguieron esa ruta sin desviarse para ningún lado. Los jefes de los filisteos fueron detrás de la carreta, hasta llegar al territorio de Bet Semes” (1 Samuel 6.12).

Y dice en la palabra que iban gimiendo, mugiendo, como cualquiera al que le sustraen lo más preciado que tiene, pero va, con el gozo puesto delante, porque sabe que todo lo que hay alrededor es efímero, se marchita como el rocío de la mañana, como los tiernos brotes verdes de las hierbas al atardecer.

Aunque se nos insta a no vivir del pasado, me resisto y me sigue gustando recordar vivencias como las que se relatan en el Antiguo Testamento, o en el NT, por ejemplo, o también me encanta vivir del siglo XVI, o del XIX, pues como dice mi primo, “la vaca no debe olvidarse de cuando fue ternera”.  Así que hoy rememoro este pasaje que me puede servir para ilustrarme acerca de los sonidos y atractivos paisajes modernos que me pueden seducir y que no me dejan seguir con excelencia mi peregrinaje pacífico, manso y fructífero por este mundo, donde se supone tengo una misión.

Si no vamos con los ojos puestos en el objetivo, como se dice de Jesús en Hebreos 12.2: “Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba…” (NVI), no llegamos a nuestro  Bet Semes.

Nos podemos dejar distraer o influenciar por los ruidos a nuestro alrededor, por las modas pasajeras, pero que calan; o los dioses del siglo como el dinero, aunque no es una de mis debilidades, pero mire que no me sienta firme… O me deje ensordecer por la avaricia, el individualismo, queriendo acaparar para mí solita o como mucho para mis más cercanos compañeros y familiares.

Hay voces que también son atractivas, como si fuesen campos con abundante pasto, reverdecidos por las lluvias recién caídas y en su tiempo, que nos hacen querer abalanzarnos sobre ellos, pues a veces el hambre hace lo suyo; y quizá eso les sucedía a las vacas que mencionamos. Sin necesidad de sonido, la imagen de los pastos podría ser tentadora, como diciendo come y bebe, disfruta el momento… te lo mereces. Pero he aquí que las vacas continuaban sin desviar la mirada, ni siquiera un poquito; e iban gimiendo, pues era como si les hubiesen arrancado las entrañas. Soportaban el dolor maternal y la incomodidad del yugo al que no estaban acostumbradas, e iban sin guía, como ovejas sin pastor. Pareciera que sólo veían el letrero que decía: La meta: Bet Semes.

He aquí que hoy en este siglo XXI, la palabra de Dios no se ha marchitado y sigue firme en aquello de que no volverá vacía, siempre alcanza la diana. Palabra fresca que mitiga la sed de tantos que no quieren claudicar. Palabra certera que en el momento preciso dice que renovemos nuestra mente y no nos dejemos amoldar a los tiempos.

Nos dice que no escuchemos incluso nuestras propias voces, las de entre nosotros que caminamos juntos, pero que a veces se desnortean y nos quitan todo estímulo a avanzar; y nos entorpecemos los unos a los otros y hacemos tropezar, que se nos doblen las rodillas. Y se hace más lento el proceso de ir creciendo a la estatura de Cristo. Y se van deteriorando la fe, la esperanza y el amor. Se acaba el contentamiento en todo tiempo. Voces que ahogan nuestros dones y talentos y no nos dejan ponernos en acción en un mundo que gime a voces, por el cual alguien dio su vida. Voces que malgastan las palabras sagradas que dicen ‘esfuérzate y sé valiente’.

Voces que nos impiden escuchar cuando se nos dice:

“¡ Levanta la voz por los que no tienen voz!

¡ Defiende los derechos de los desposeídos!

¡ Levanta la voz y hazles justicia!

¡ Defiende a los pobres y necesitados!” (Pr. 31.8 NVI)

Hay mucho ruido. ¿Pero podrán ensordecernos si vamos con la armadura de Dios bien puesta? Pues va a ser que no si caminamos tomados de su mano, con la mirada puesta en el galardón que no es efímero, ni las hojas de laurel se secan. Aun así es complicado a la hora de la práctica. Lo vemos en la realidad, cuando todo está transparente y se ve que todavía somos tierra, tierra, tierra... Pero es posible el cambio, no hay que perder la esperanza, pues sabemos de aquella que tienen buen fundamento. Y vuelvo a decir que vale la pena revisar los antiguos senderos que fueron forjando nuestras bases. No somos sólo de hoy sino de todos los tiempos; Dios no desecha sus obras porque todas son buenas. No puedo decir que la gran obra de Cristo es antigua, porque es de hoy y para hoy. Ejemplo de entrega. Las vacas de Bet Semes me han hecho recordar que Cristo gemía en soledad y angustia frente a la cruenta cruz, pero siguió adelante por amor. Él sabía del galardón que le esperaba. Sabía de su Misión. Vale la pena, me digo, pues no estamos solos.

Un abrazo fraternal. Gracia y paz.

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