Secularismo bautizado

Cuando la verdad bíblica no se defiende y se la sustituye por una mezcla de filosofía y psicología, la Iglesia peligra.

25 DE MARZO DE 2020 · 14:01

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Imagen de Zui Hoang en Unsplash.

No, este artículo no va sobre el coronavirus. He podido resistir a la tentación para seguir con los dos últimos temas que me quedan en esta tercera parte de la serie. Al fin y al cabo, los desafíos no han dejado de existir por la pandemia y me temo que seguirán existiendo después.

Si el protestantismo en general se ha caracterizado por una cosa en los últimos 300 años es por su continua adaptación al espíritu de la época. Esto no solamente es cierto de las iglesias que abiertamente han dejado atrás sus propias confesiones de fe y se adaptaron a las filosofías reinantes desde los tiempos de la revolución francesa e incluso antes. Estamos hablando también de las iglesias supuestamente más conservadoras que en su momento se levantaron contra el liberalismo teológico. Muchas de estas iglesias y denominaciones hoy están abrazando las mismas ideas doctrinales que sus padres y abuelos rechazaron en su momento.

Mucho de lo que se justifica como una forma para poder llegar con el mensaje del evangelio con más credibilidad a la gente es en el fondo un abandono de las verdades bíblicas. Pero cuando la verdad bíblica no se defiende y se proclama y se la sustituye sistemáticamente por una mezcla de filosofía y psicología, entonces la Iglesia realmente pierde. Aún peor: peligra.

Cuando uno mira la inmensa cantidad de literatura que nos dejaron los reformadores y sus seguidores uno no puede hacer otra cosa que asustarse cuando miramos lo que hay hoy en día. El cristianismo europeo en su mayoría es insípido, superficial y sin fuerza. Uno no tiene que extrañarse que cada vez más personas desprecian esta forma de vivir el ejemplo de Cristo adaptado al mundo.

Voy a poner solo dos ejemplos.

Los seminarios y facultades teológicos europeos (con o sin reconocimiento estatal), lugares de donde tienen que venir los futuros pastores, están mayoritariamente en manos de personas que han abandonado la firme creencia en la suficiencia e inspiraión de la Biblia, la divinidad de Cristo y su resurrección corporal. Esto es particularmente verdad en los países con una importante herencia protestante. Sus profesores tienen un entendimiento de la Biblia que está lejos del cristianismo que en su momento conquistó Europa en los tiempos de la Reforma. En cualquier facultad teológica alemana, suiza o escandinava se puede enseñar todo tipo de barbaridades, desde los postulados clásicos de un Bultmann hasta las últimas modas del feminismo radical o la ideología de género. Pero eso sí: bautizado “cristianamente” por una exégesis extravagante y vendida al espíritu de los tiempos.

Los estudiantes que salen de estos seminarios se caracterizan muchas veces por su gran “profesionalidad” pero al mismo tiempo tienen poca o nula visión espiritual. Al mismo tiempo, la teología gira alrededor de sí misma, con debates sin fin que responden a preguntas que nadie hace y respuestas que brillan por su adaptación a la corrección política. O simplemente se resumen en versiones cristianizadas calcadas de los discursos políticos. Pocas alternativas genuinamente cristianas se ofrecen. Hemos llegado a esta situación precisamente porque no se ha desarrollado una teología auténticamente bíblica que abarque todas las áreas de la existencia humana. La razón radica en ese complejo de inferioridad que nos impide llevar el desprecio de la cruz y su mensaje con orgullo en nuestra bandera.

Esto se nota en la actitud de muchos organismos protestantes en cuanto a las respuestas a una sociedad secular. Lo que muchas veces se lee son posturas que tienen más que ver con ideologías socialistas vestidas de ropa cristiana. Un ejemplo clásico de este tipo de ideas son los libros de Ron Sider y sus múltiples simpatizantes que han salido desde que él publicara sus libros en los años 70 y 80 de siglo pasado. No le critico por su humanismo. Le critico por buscar justificarlo teológicamente. En el caso de Sider, por ejemplo, se une de forma ejemplar una visión teológica simplicista e ideológicamente cargada con un desconocimiento absoluto de los mecanismos de la economía real.

Sugiero otra área como ejemplo donde hemos hecho las paces con el humanismo secular.

Es es tema de la educación. Aquí padecemos el mismo problema. ¿Cómo es posible que en un país como España existen apenas colegios evangélicos? Y me refiero a colegios verdaderamente evangélicos, no a colegios homologados que reciben subsidios del estado a cambio de adaptar sus clases a las exigencias estatales y a la corrección política. Es un escándalo que en un país que como pocos en Europa da (aún) márgenes de libertad a la educación privada, no haya más iniciativas (y gracias por las que hay) que promuevan una educación netamente evangélica con una sólida base bíblica. La principal razón es económica. Estos colegios privados cuestan dinero, y los padres obviamente no estamos dispuestos a hacer sacrificios en esta área.

Pero aunque esta puede ser la razón principal hay otra que no pesa menos: ¿qué daño puede hacer un colegio público? Al fin y al cabo hasta nos dejan impartir religión evangélica. No nos engañemos: con la posibilidad de impartir algunas horas en un colegio no se evitará que nuestros hijos están a la merced de profesores humanistas, agnósticos y ateos en el resto de todas las clases -concediendo que por supuesto no todos los profesores manifiestan su enemistad en contra de todo lo que huele a cristiano-.

Lo mismo ocurre en otras áreas. Me temo que muchos evangélicos han hecho las paces con un sistema que hace alarde de su secularismo. Me entristece ver a creyentes evangélicos defendiendo posturas secularistas cuando en realidad deberían reclamar al Estado la total y absoluta separación de Iglesia y Estado en todas las áreas y sin excepción. Esto incluye la soberanía de la educación de sus hijos y salvarlos de la intromisión y el adoctrinamiento por parte del Estado. Porque la educación de nuestros hijos es un mandato de Dios y no un terreno neutral. Al fin y al cabo Dios entregó la custodia de los hijos a los padres y no al Estado. Al mismo tiempo veo con agrado que últimamente hay movimientos de padres que no están dispuestos a sacrificar a sus hijos sobre el altar de una educación gratuita pero ideologizada.

Ya que el Estado ha decidido seguir el camino del secularismo radical (donde en los centros educativos no se puede hablar ni de Dios ni de la Biblia), será difícil que nuestros hijos aprendan valores que realmente se ajusten a la ética cristiana. El Estado asume la educación de nuestros hijos con mucho gusto y de forma «gratuita» (es decir, pagado por todos). De esta manera se asegura a producir los borregos que necesita para moldear la sociedad que se ajusta a sus fines. El resultado serán ciudadanos entrenados bajo la corrección política y acostumbrados a comer de la mano de un Estado todopoderoso.

Pero empecemos, como siempre, en casa. Es hora de que los padres, y hablo particularmente de los padres cristianos, retomen la iniciativa de la educación de sus hijos. No puede ser la idea que Dios tenía de una familia cristiana que los padres dejen sus hijos (cuanto antes mejor) en una guardería para recogerlos por la tarde o incluso por la noche. La adoración del dios Mamón ha hecho que demasiados padres estén dispuestos a ir por este camino, no tanto por necesidad económica (que no dudo que en determinados casos existe) sino simplemente porque la doctrina oficial de los sacerdotes del secularismo es que la mujer, para ser liberada e igual al hombre, tiene que trabajar y el quedarse en casa para cuidar de los hijos no se encuentra entre los trabajos reconocidos por el Estado. Ningún niño jamás tendrá mejor amiga, profesora y cuidadora que su propia madre.

Si los padres se tomasen tiempo para estar con sus hijos y para educarlos, una de las primeras lecciones que deberían inculcarles es el ser responsables de sus actos. Tal vez los cuatro semanas de cuarantena son una excelente oportunidad para empezar. Echar la culpa a los demás -a la sociedad o al gobierno- es uno de los pasatiempos favoritos de nuestra época. Vale la pena recuperar el simple principio de que cada uno es responsable de lo que hace y si me van mal las cosas es mi responsabilidad mejorarlas. Desde luego no puedo culpar a los demás de mis desgracias.

Estos tiempos de estar en casa forzadamente pueden ser un tiempo excelente de reflexión para muchas cosas.

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