El mal de las mujeres

¿Sería posible que cada uno desarrollara y perfeccionara los regalos que el Señor le da sin sentir celos de los que reciben los demás?

25 DE SEPTIEMBRE DE 2020 · 09:15

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Foto de Gwendal Cottin en Unsplash.

Mucha masa cerebral salió en los resultados de su escáner y, cuando lo comentó en la iglesia, pensaron que estaba loca, que buscaba protagonismo, que deseaba aplausos  y quería mandar.

 

Suele ocurrir que cada vez que una mujer ocupa un lugar de importancia dentro de su comunidad eclesial, hay quien la tacha de querer buscar protagonismo con total falta de modestia. Sin embargo, a los hombres no se les culpa de sentimientos mundanos, ellos sirven a Dios, no se envanecen, no buscan lucirse, no desean aplausos, ni aspiran a cargos de autoridad. Simplemente son señalados por el dedo de Dios y asumen su papel humildemente. Así desean mostrarse y así se les quiere considerar. 

Para algunos, el progreso de una mujer en su comunidad es un mal, el servicio al que somos llamadas es carnal porque, al parecer, no tenemos verdaderos dones que puedan manifestarse en lugares públicos, ni estamos ungidas, ni somos llamadas a prestar servicios considerados como "varoniles", ni hemos sido redimidas, ni nada de nada. Nuestro lugar ha de estar en la entrega alegre y reprimida, en procurar el contentamiento ajeno y en mantenernos en silencio tanto si estamos de acuerdo o no con lo que dice el ungido del momento. ¿No comprendemos que no debe haber rivalidad en esto? ¿No es Dios lo suficiente generoso como para dotar a quien quiera de su gracia? ¿Es Dios quien silencia a las mujeres? ¡No!

Los que se enfadan por nuestros logros son ambiciosos. Los que piensan que tienen algo que perder son pusilánimes. Los que están seguros de que las mujeres les quitamos algo son envidiosos. Los que proclaman que no merecemos trabajar para la iglesia son egocéntricos. ¿Sería posible que cada uno desarrollara y perfeccionara los regalos que el Señor le da sin sentir celos de los que reciben los demás, sin perder la amistad, el respeto, la consideración; sin sentirse insultado, sin matar la esperanza de las mujeres? ¿Qué clase de corazón no admite lo bueno que pueda recibir otra persona?

Jesús no nos silencia. El hijo de María, por el contrario, es amigo de las mujeres, a las que llama para que le sigan como discípulas y ayudantes y entre las que María Magdalena fue venerada en las comunidades primitivas como amiga de Jesús. (Tomado del libro La mujer en el cristianismo, Hans Küng. Traducción de Daniel Romero. MINIMA TROTTA).

Para que seamos libres nos liberó. Gál 5,1. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. 2 Cor 3,17. No hay varón ni hembra, pues todos vosotros sois "uno" en Cristo Jesús. Gál 3,27.

Recordemos también que cuando todos salieron corriendo, las mujeres permanecieron cerca de la cruz.

En esta libertad y reconociendo que Dios nos da poder para amar, que los hombres se den por completo y dejen que nosotras hagamos lo mismo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tus ojos abiertos - El mal de las mujeres