Jesús camina sobre el agua; necesitamos la duda

¡Cuántas veces retamos a Dios! Somos jactanciosos, no sopesamos nuestra debilidad.

09 DE OCTUBRE DE 2020 · 08:00

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Foto de Anastasia Taioglou en Unsplash.

Después de esto, Jesús hizo subir a sus discípulos a la barca, para que llegasen antes que él a la otra orilla del lago, mientras él despedía a la gente. Cuando ya la hubo despedido, subió Jesús al monte para orar a solas, y al llegar la noche aún seguía allí él solo. Entretanto, la barca se había alejado mucho de tierra firme y era azotada por las olas, porque tenía el viento en contra. De madrugada, Jesús fue hacia ellos andando sobre el agua. Los discípulos, al verle andar sobre el agua, se asustaron y gritaron llenos de miedo:

–¡Es un fantasma!

Pero Jesús les habló, diciéndoles:

–¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!

Pedro le respondió:

–Señor, si eres tú, mándame ir a ti andando sobre el agua.

–Ven –dijo Jesús.

Bajó Pedro de la barca y comenzó a andar sobre el agua en dirección a Jesús, pero al notar la fuerza del viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, gritó:

–¡Sálvame, Señor!

Al momento, Jesús le tomó de la mano y le dijo:

–¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?

En cuanto subieron a la barca, se calmó el viento.

Entonces los que estaban en la barca se pusieron de rodillas delante de Jesús y dijeron:

–¡Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios! (Mt 14:22-33)

 

Este texto forma parte del conjunto de curaciones en la tierra de Genezaret. Aparece también en los evangelios de Marcos y Juan.

Después del milagro de la multiplicación de los panes, Jesús manda a sus discípulos subir a la barca e ir a la otra orilla del lago, hacia Betsaida o Capernaúm, mientras él despide a las personas que se han congregado allí. Necesita estar solo unas horas, quiere estar solo, pero le es imposible, la gente le sigue a todas partes. Han asesinado a Juan el Bautista y eso le perturba el pensamiento, sabe que él también está en la lista de los proscritos. Sube al monte, que en la narrativa bíblica es un espacio de encuentro con Dios. Precisa reflexionar, orar, nutrirse del Padre, recibir sus consejos sobre cómo seguir, cómo tomar decisiones ante sus adversarios, o simplemente para adoptar una actitud de sumisión a la voluntad de Dios. ¡Cuánto se necesitan esos ratos de soledad para colocarse en la presencia del Señor, para desnudarse ante él sin prisas! 

Para volver con sus amigos, Jesús espera hasta que se hace de noche, parece ser entre las tres y las seis de la madrugada. Los discípulos están en una barcaza que les ofrece poca garantía. El temporal los ha alejado de la seguridad que proporciona la tierra firme. Viajar en barca es algo frecuente pero están en peligro, azotados por el agua y el viento que se produce de repente sobre los lagos rodeados de montañas. Están atemorizados. No lo sabemos pero es posible que con ellos se encuentren otras personas que no pertenecen al grupo y viajan con ellos. Son espectadores de vidas ajenas. Llegarán a creer por presenciar situaciones como esta, que no han buscado y se han topado con ellas. Ninguno, ni los amigos de Jesús, ni los viajeros esperan ver lo que va a suceder. 

Jesús se acerca a ellos caminando sobre el agua. Esto agranda el dramatismo de la escena. En el pensamiento hebreo, las aguas profundas, el mar (aunque en este caso se trata de un lago), suele representar el desconcierto. Recordemos que hay otro pasaje (Marcos 4,35) en el que Jesús se duerme en la barca en medio de una tempestad. Podemos pensar que estos comportamientos, de tan extraordinarios e inverosímiles como dormirse o acercarse caminando sobre el agua en la oscuridad, parecen las bromas de quien quiere hacer una gracia. Se burla de ellos. En el texto paralelo de Mc 6,48 es aún más divertido porque Jesús hace “el intento de  pasar de largo”, como si se burlase para darles un susto. A Jesús se le nota que, tras estar en la presencia del Padre, se ha fortalecido. Unas horas antes muestra su vulnerabilidad como humano ante la muerte de Juan el Bautista. Ahora muestra su divinidad caminando sobre las aguas, sometiendo al caos, incluso podríamos decir, vacilando.

¡Cuántas veces vemos nuestra relación con Dios de esta manera, tan en peligro nosotros, tan retirado él de nuestros problemas, tan de noche, tan oscuro, tan indefensos y abandonados, como cuando unos padres humanos se alejan un rato y es cuando a sus hijos les ocurre todo lo malo. La barca en la que hemos confiado tantas veces, se nos vuelve insegura. Nos golpean las olas cuando más vulnerables nos encontramos, cuando no disponemos de ayuda. Y en medio de esa necesidad de protección extrema en la que nos encontramos, no terminamos de creer que Jesús viene a socorrernos. Los prodigios y el poder del Señor nos perturban, ¡es un fantasma!, ¡un espíritu de otro mundo!, dicen los discípulos, decimos nosotros cuando no le vemos venir como esperamos, a la hora que esperamos, de la manera que esperamos. A lo mejor los discípulos confían en verle  aparecer en tierra o quizá ya no le esperan y la noche se les hace eterna. No sabemos si están enfadados por haberles enviado ir delante. Sólo confían en Jesús cuando le tienen al alcance de su vista, cuando su presencia es patente, cuando pueden tocarle, cuando la luz del día, que todo lo hace hermoso, les hace ver más claro quién es su Maestro. ¡Es un fantasma!, decimos también cuando el Señor no se ajusta a nuestra mente cuadriculada. Cuando no encaja en nuestras convicciones. Nuestra confianza desaparece. El miedo nos puede. Pedimos un milagro y cuando viene  dudamos de su efectividad, nos descoloca. Entonces Jesús nos conforma, nos habla. Reconocemos su voz, nos tranquiliza. Nos responde con uno de sus famosos ¡no temáis!, o ¡ánimo!, ¡soy yo!, ¡no tengáis miedo! El miedo no nos sirve para nada, sólo Jesús nos vale, es él quien se acerca.

Por otro lado intentamos mostrar fieramente nuestra fe, como Pedro, una fe empobrecida, pequeña, nuestro querer ser igual a Dios, si tú puedes andar sobre las aguas, haz que yo pueda. Demuéstrame que también yo puedo dominar la naturaleza de las olas. Pedro no puede esperar a que Jesús llegue a la barca para comprobar que es él. Le reta. Jesús acepta, entra en el juego y le ofrece la posibilidad de hacerlo, de formar parte del milagro. Quizá sonríe. De un momento a otro Pedro verá su realidad, se le abrirán los ojos y comprenderá la diferencia. ¿Quién no quiere caminar holgadamente por encima de las amenazas, los problemas, los desórdenes y los temores? Y Jesús le invita “ven” (v.29). No le dice "hazlo a tu manera", sino que venga a él. Es en Jesús en quien hacemos “camino” (Jn 14,6).

¡Cuántas veces retamos a Dios! Somos jactanciosos, no sopesamos nuestra debilidad, no reconocemos nuestro atrevimiento al pedir igualarnos con el Maestro, tener su poder. Y Jesús, que conoce las carencias de su discípulo, le dice ven. Seamos realistas y sinceros, ¡qué poco duramos en ese estado de fe completa!, ¡qué pronto nos asustamos!, ¡qué pronto nos damos cuenta de que el Maestro y su divinidad son para nosotros inalcanzables, no podemos compararnos. 

Pedro, ese al que un par de capítulos después (Mt 16, 13:20) Jesús nombrará como piedra sobre la que edificará su iglesia, sea lo que eso signifique, sale de la barca buscando su muerte. Se hunde. Y cuando Pedro duda y se hunde, aflora lo que verdaderamente es, lo que verdaderamente somos: pura debilidad. Los demás que están en la barcaza, los que ni siquiera han sido capaces de intentarlo, simbólicamente se hunden con él al ver lo que pasa, se aterran aún más porque no pueden hacer nada. Cuando Jesús le pregunta a su discípulo: ¿por qué has dudado?, parece que le oigo preguntar en un tomo campechano, no juzgándole, le conocía de sobra. 

Hoy oímos resonar esta misma pregunta en nuestros oídos. ¿Por qué has dudado?, ¿por qué dudo? Nosotros, cada cual a su manera, al querer permanecer a flote, nos hundimos. Pero Jesús está tan cerca como esas adversidades que nos hacen dudar. Se compadece, nos conforma y consuela desde antes de tendernos esa mano para salvarnos, para decirnos: ¡ven!, ¡no temas!

La fe es inestable. Va por caminos poco firmes. Estamos en constante lucha. No obstante, como siempre, Jesús trae un mensaje de ánimo. El Señor nos muestra cuál es el lugar de cada uno, cuáles son los límites que podemos traspasar, dónde debemos quedarnos, por cuánto tiempo y cuándo debemos avanzar. Vemos claro que en todo momento, a cada hora, sólo podemos exclamar, como Pedro, ¡sálvame, Señor! Porque si no es de su mano, si no nos sujeta, si no nos alcanza y nos salva, nosotros solos no podemos.

Para Dios no hay nada imposible. Para nosotros todo es imposible sin Dios.

Jesús le confirma a Pedro su poca fe, su falta de confianza en él. Pedro y nosotros pertenecemos al mismo grupo de los que se les va la fuerza por la boca y terminamos turbados. 

Al mismo tiempo, aunque parezca una incongruencia, es esta turbación la que surte un efecto inesperado: nos reafirma en la fe realista de no puedo solo, no puedo sola. Es  la que nos devuelve a la verdad y nos lleva a reconocer que no somos capaces. Para serlo, la mano del Señor tiene que sostenernos, como nosotros sostenemos la de nuestros hijos cada vez que nos necesitan. 

¿Por qué dudamos? ¿Por qué has dudado?, pregunta Jesús conociendo de sobra nuestra debilidad. La fe es imprescindible para andar sobre la vida. Sin embargo creo que los subidones vacíos de fe como los de Pedro, que actuaba por impulsos, dan autosuficiencia y orgullo. ¿Cómo se habría sentido Pedro si hubiese terminado su trayecto flotando sobre las aguas hasta llegar a Jesús, ese que le parecía un fantasma aunque reconocía su voz? Imaginémonos a nosotros alcanzándolo todo, salvando cualquier obstáculo, ¿no llegaríamos a sentirnos poderosos, a no necesitar al Señor aun creyendo en él? La realidad es que no tenemos fe suficiente para flotar sobre el agua durante todo el recorrido que nos separa del Señor.  Siempre vamos a necesitar que nos rescate una y otra vez con su mano para ponernos a salvo. Aceptemos nuestras dudas con realismo, porque siempre vamos a dudar. Ante él sólo podemos gritar: ¡sálvame, Señor! y ponernos de rodillas para  terminar exclamando: ¡verdaderamente tú eres el Hijo de Dios!

La fe no puede ser narcisista. La fe, nuestra fe, es creer a pesar de la duda, porque es esta duda la que hace que necesitemos que el Señor nos agarre de la mano.

Después de que se unieran los brazos del Señor con los de su discípulo para salvarlo, las aguas se calman. En este texto encontramos el resumen del mensaje de salvación: Jesús se acerca al ser humano que está perdido en esa particular ventolera que le viene en contra, ese ser humano que duda, y le tiende su mano, lo salva, se instala en la barca de su vida y pone calma.

Al Señor le vamos a necesitar siempre. No sabemos nadar tan bien como creemos. En Isaías 43,2 leemos: Si cruzas por las aguas yo estaré contigo y los ríos no te anegarán. Podemos asegurar con firmeza que su mano no nos falta. Que nos sujeta con fuerza para que no caigamos en las aguas de la muerte, que él cesa nuestro miedo. Y por nuestra parte, necesitamos la duda para sentirnos agarrados por el Señor, para sentir que sólo dependemos de él, que tenemos que llevar, de manera perenne, el ruego en nuestra boca: ¡sálvame, Señor! 

Miguel de Unamuno expresa: Esa sombra pura que traviesa los siglos, sobre las aguas del mundo y sin sumergirse en ellas crees sea un fantasma, mas aún así le pides poder caminar también tú sobre las aguas del mundo sin hundirte en ellas. Pero te falta fe y te sientes sumergir y le pides que te salve. Y entonces te dice: Hombre (mujer) de poca fe, ¿por qué has dudado?

¿Por qué dudamos? ¿Por qué no reconocemos a Jesús verdadero hijo de Dios? Entonces pasaríamos sobre el tiempo, sin hundirnos en él, entonces atravesaríamos nuestros años como fantasma que sobre ellos flota, y siguiendo nuestra marcha al cielo discurriría bajo nuestros pies la corriente del mundo y fluirían las aguas del tiempo, llevándose cada día su malicia*. Estas palabras de Unamuno son un ideal que nos cuesta alcanzar.

Me acompaño también de unas palabras de Stuart Park que aparecen en la introducción de su libro La fe del Carbonero, Ediciones Camino Viejo: La fe verdadera permite asumir los avatares de la vida con la vista puesta en el Invisible, en cuyas manos estamos, y que ha prometido no soltarnos jamás

Recordemos que:

.Ante Dios necesito dudar de mí mismo para no olvidar mi fragilidad.

.Jesús aparece sin duda alguna en los oleajes, en la oscuridad más profunda, en nuestras dudas y cuando nos vemos aislados y desprotegidos. 

.Jesús tiene autoridad sobre nuestro "caos" y puede ordenar nuestra vida.

 

Referencias

Escrito con la ayuda del libro Jesús una biografía, Armand Puig. Destino imago mundi. Comentario del Nuevo Testamento Evangelios Sinopticos Tomo I. L. Bonnet y A. Schroeder. Comentario Bíblico Latinoamericano. Nuevo Testamento. Grupo Editorial Verbo Divino. R. Bernal Pavón; Comentario a San Mateo 14:22-33, Working Preacher en Español (Minnesota: Luther Seminary, agosto 2020), online 

* Miguel de Unamuno. Diario Íntimo (Biblioteca Unamuno. Alianza Editorial),

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tus ojos abiertos - Jesús camina sobre el agua; necesitamos la duda