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El egocentrismo nos lleva a olvidarnos de las necesidades del prójimo que, igual que nosotros, precisan el bien.

16 DE ABRIL DE 2021 · 10:00

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Foto de Joel Muniz en Unsplash CC.

No reprimas tu palabra cuando puede ser saludable. Ni tu sabiduría cuando debas ostentarla.

Eclesiástico 4:23-24*

 

Proclamemos lo bueno y hagámoslo con alegría. Expresemos con nuestra boca todo aquello que puede hacer feliz a quien tenemos cerca y a quien está lejos.

Cuántas veces nos excusamos, ya sea ante nosotros mismos o los demás, de no hacer el bien porque otras cuestiones nos lo impiden. Buscamos acallar nuestras conciencias con cualquier pretexto. No es acertado para quien ahoga y evita la bendición que necesitan los demás.

El egocentrismo nos lleva a olvidarnos de las necesidades del prójimo que, igual que nosotros, precisan el bien, a veces con urgencia. 

Alentar, guiar, felicitar, es un ministerio que todos podemos ejercer. Procuremos sentir de corazón lo que transmitimos. Asegurémonos, antes de hablar, de no hacer  daño. El primer beneficiado es el portador, el que regala el gesto saludable y comparte con humildad lo que sabe; el segundo, quien recibe.

No sabemos por el momento que están pasando los demás. Sea cual sea, lo bueno siempre es necesario.

El elogio empuja al prójimo a seguir hacia adelante, anima, abre la visión y brotan la alegría y las ganas de hacer el bien.

Por otro lado, seamos equilibrados, no presumamos de lo que hacemos. Es bochornoso gloriarse de la propia obra. Digamos lo que tenemos que decir y callemos, no sea que nos volvamos empalagosos.

No hay cometido más noble que reconocer en los demás lo bueno. No hay esfuerzo más digno que compartir con otros lo que sabemos. Probemos y veremos qué bien que nos sienta a todos. Hagámoslo sin peros y sin pelos en la lengua.

 

* El libro deuterocanónico Eclesiástico fue escrito hacia el año 180 a.C. Es el más extenso entre los sapienciales. Se le da uso con fines tanto instructivos como reflexivos. Fue escrito en hebreo, posiblemente por Jesús, judío hijo de Eleazar y nieto de Sira, o Sirac. Más tarde fue traducido al griego.

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