Tráfico de influencia (homenaje a Augus)

La vida es muy complicada. Somos amigos de los favores y más cuando nos convencemos de que los necesitamos con urgencia.

09 DE JULIO DE 2021 · 10:00

Foto de <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@simone_denise_fischer?utm_source=unsplash&utm_medium=referral&utm_content=creditCopyText">Simone Fischer</a> en Unsplash CC. ,
Foto de Simone Fischer en Unsplash CC.

La peña El Gabinete decidió homenajear a Augus, trabajador veterano del principal hospital de la ciudad. Cada vez que uno de sus miembros necesitaba, ¿y quién no?, que le adelantasen una cita médica, se ponían en contacto con él para que hablase con quien tuviese que hablar y le atendiesen enseguida. Este hombre era una institución en la peña. ¿Había alguien más bueno, más servicial, más dedicado al bien común que Augus? No y siempre no. 

Los amigos presumían de su amistad. Alardeaban de que eran atendidos incluso antes que las personas con enfermedades graves. Augus era todo un lujo para el grupo, un chollo. Es más, había gente que se inscribía en El Gabinete por el simple hecho de tener beneficios como este. Por eso Augus se merecía este homenaje más que nadie.

Organizaron la cena en un restaurante famoso. Cada cual pagó su parte y la fracción correspondiente de la comida de Augus, más los gastos de la placa y la cartulina enmarcada con la mención de socio honorífico. A las nueve de la noche todos estaban allí vestidos de gala. A él le colocaron en la mesa presidencial con la junta directiva. 

Antes de los postres, la presidenta subió a la plataforma solicitada para la ocasión, tomó el micrófono y pronunció su nombre con lentitud pasmosa, mientras el secretario sostenía en una mano la placa y en la otra el diploma acreditativo de las buenas acciones del premiado. Al oír su nombre, Augus se levantó y alcanzó el escenario ataviado con su smoking de falsa humildad hecho a la medida, pegado a los huesos. Hizo tímidos mohines de asombro al recibir los regalos y los cuantísimos aplausos. Casi sin levantar los párpados, gesticulando un no, no, no lo merezco moviendo la cabeza de un lado para otro, esbozó una sonrisa tan desganada como ensayada. 

El corazón no le cabía en el pecho y no sabía cómo sostenerlo dentro. Daba la impresión de que estaba a punto de llorar al confesar que le hacía muy feliz salvar la vida a sus amigos, que estaba para eso, para lo que hiciese falta y más, y que seguiría haciéndolo costase lo que costase. Entre aplausos y vítores volvió a sonreír  lánguidamente.

Entre los asistentes se hallaba Magdalena, que asistía por primera vez a la peña coincidiendo con aquella cena. Al presenciar aquello sintió que se moría. Entendió que era Augus el que provocaba el enorme tapón en las listas de espera. Su hija estaba enferma de cáncer, era madre de tres niños pequeños y desde hacía meses aguardaba, con la paciencia que ya no le quedaba, ser operada. Era Augus el culpable de que cada vez que iba a reclamar le dijeran que era imposible adelantarle la cita, que otros enfermos estaban antes que ella. Este atraso le había provocado metástasis. Las posibilidades de una vida digna y prolongada eran escasas.

Además de lo descrito en este relato ficticio, podemos contar infinidad de ejemplos en los que nos vemos envueltos a diario. Sabemos que el tema de la salud es delicado, como también lo es el de la falta de trabajo, la necesidad de solventar trágicos menesteres que se nos presentan sin avisar. La vida es muy complicada. Somos amigos de los favores y más cuando nos convencemos de que los necesitamos con urgencia. Nos pasa a todos, a mí la primera.

¿Qué es hacer lo bueno? Sea cual sea el tipo de problema, lo que para unos puede ser una bendición, a otros se les vuelve tormento. 

Puesto que hacer el bien resulta relativo, necesita ser reflexionado con cautela y sobre todo justicia. Ya estemos a un lado o a otro del tablero, en el del necesitado de favores o en el de ofrecerlos, podemos hacer un esfuerzo en calibrar antes para perjudicar lo menos posible a quienes de verdad más falta les hace. 

Este relato que acabamos de leer tiene su espacio en la carta de Santiago​. Se titula 'Amonestación contra la parcialidad', capítulo 2, 1-4:

Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. Si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso,  y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: «Siéntate tú aquí, en buen lugar», y decís al pobre: «Quédate tú allí de pie», o «Siéntate aquí en el suelo», ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos y venís a ser jueces con malos pensamientos?

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tus ojos abiertos - Tráfico de influencia (homenaje a Augus)