Las liebres de la Biblia

Las liebres solamente se mencionan dos veces en la Biblia, probablemente porque los hebreos no podían consumirlas, según las prescripciones de Levítico.

06 DE AGOSTO DE 2020 · 19:20

La liebre del Cabo, presente en Tierra Santa, a diferencia de los conejos, posee unas largas patas traseras adaptadas para el salto que, cuando se lanza a la carrera, mueve a modo de zancos. Puede alcanzar los 70 km/h./ Antonio Cruz. ,
La liebre del Cabo, presente en Tierra Santa, a diferencia de los conejos, posee unas largas patas traseras adaptadas para el salto que, cuando se lanza a la carrera, mueve a modo de zancos. Puede alcanzar los 70 km/h./ Antonio Cruz.

Asimismo la liebre, porque rumia, pero no tiene pezuña,

la tendréis por inmunda. (Lv. 11:6)

Las liebres solamente se mencionan dos veces en la Biblia (Lv. 11:6 y Dt. 14:7), a pesar de ser relativamente abundantes en Tierra Santa y regiones colindantes.

Esto se debe probablemente a que los hebreos no podían consumirlas, según las prescripciones del Levítico, porque “rumiaban” el alimento (o, al menos, parecen rumiar debido al movimiento peculiar de su boca) y carecían de pezuñas.

Tal declaración ha sido frecuentemente cuestionada ya que, en realidad, las liebres no son mamíferos rumiantes que posean un estómago dividido en cuatro partes, como las vacas o las ovejas, para digerir parcialmente, regurgitar, masticar y volver a digerir sucesivamente la hierba de que se alimentan.

Al principio, los exégetas no sabían qué decir y aducían que el autor sagrado se adaptaba aquí a las concepciones populares de su época.

Sin embargo, posteriores estudios científicos del comportamiento de estos animales han confirmado que, aunque no son rumiantes en sentido fisiológico, sí ingieren parte de sus propios excrementos -sobre todo los que expulsan durante la noche- ya que éstos están envueltos por un líquido mucoso rico en sustancias nutritivas, como la vitamina B y ciertos minerales que les protegen contra determinadas enfermedades neurológicas.

Se sabe que también los perros pueden comer eventualmente excrementos de sus congéneres o de otras especies. El consumo de este material fecal (coprofagia) sirve para duplicar el tiempo que los alimentos pasan en el tubo digestivo y esto permite extraer la máxima cantidad de nutrientes, así como los microbios presentes en las heces que también proporcionan alimento.

Luego, el Antiguo Testamento lleva razón al considerar a tales mamíferos como animales impuros.

En hebreo, la liebre se denomina arnebeth, אַרְנֶבֶת, término que es la unión de dos palabras: arah, ארה, que significa “rumiar”, y nib, נִיב, “fruta”. En árabe, es arneb; en sirio, arnebo y en el griego de la Septuaginta, khoirogryllios, χοιρογρύλλιος y dasypus, δασύπους.

Posteriormente fue traducido al latín de la Vulgata como lepus y cheerogryllus. Aunque los hebreos no podían comer su carne por motivos religiosos, otros pueblos la tenían en alta estima por su finura y riqueza proteica.

Esta última es precisamente la causa de que un consumo exclusivo y continuado de su carne sea mortal para el ser humano, como se demostró a finales del siglo XIX.

En efecto, en 1884 fueron rescatados solo seis supervivientes de la expedición Adolphus Greelyal al Ártico, de los 25 que habían embarcado dos años antes con la intención de explorar el norte de Groenlandia.

Diecinueve expedicionarios murieron de inanición. No porque carecieran de alimento sino porque solo comían las liebres árticas que cazaban. Hoy se sabe que estos animales carecen prácticamente de grasa en su cuerpo y que, por el contrario, su carne es muy rica en proteínas.

Un exceso de éstas es lo que les provocó el envenenamiento ya que el hígado humano únicamente puede metabolizar unos 300 gramos de proteínas al día.

Si se consume más, el resto se acumula como una ponzoña letal que puede matar al hombre en menos de un mes. Este fenómeno se conoce clínicamente como “inanición cunicular”.

Las liebres comunes en Palestina o liebres del Cabo (Lepus capensis) parecen conejos gigantes pero, a diferencia de éstos, tienen pelambre al nacer y pueden ver, ya que presentan los ojos abiertos.

En Israel no hay conejos, por lo que son las liebres del Cabo quienes ocupan el nicho ecológico de éstos. Se trata de mamíferos del orden Lagomorfos y de la familia Leporidae, originarios de África e introducidos por el ser humano en Europa, Oriente Media, Asia y Australia.

Se conocen una docena de subespecies, de las que tres están presentes en las Tierras bíblicas (Lepus capensis aegyptius, L. c. isabellinus y L. c. sinaiticus). Todas presentan grandes ojos y orejas para detectar a los numerosos enemigos que tienen.

Unos anillos de color blanco rodean los ojos mientras que el resto de su pelaje es pardo y grisáceo. Una característica extraña entre los mamíferos es que la hembra suele ser más grande que el macho.

C. H. Spurgeon, en su comentario al salmo 13, escribió:

La fe es algo que se debe ejercitar, y en consecuencia, es fácil de descubrir; mientras el corazón se mantiene activo jamás duda acerca de la realidad de la fe; cuando la liebre o la perdiz se mantienen quietas, no logramos verlas, pero en cuanto echan a correr las detectamos enseguida. Todo el poder de sus enemigos no había conseguido sacar al salmista de su fortaleza. Así como el marinero del barco hundido se agarra con todas sus fuerzas al mástil que sobresale, así se agarró David a su fe; ni podía ni quería abandonar su confianza en el Señor su Dios. ¡Saquemos provecho de su ejemplo y aferrémonos a nuestra fe con tanto ahínco como nos aferramos a nuestra vida!”[1]
 

[1] Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 236.
 

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